Ayer me despertaba con la noticia de que el telescopio espacial Kepler puede tener los días contados para continuar con su importantísima misión: encontrar planetas terrestres (es decir, aquellos que tienen entre la mitad y dos veces el tamaño de la Tierra), especialmente aquellos que se encuentren en la zona habitable de su estrella donde pueda haber agua líquida y, quizás, vida. Os invito a todos a leer la magnífica (como siempre) entrada del blog Eureka sobre los recientes informes acerca de los progresos de esta misión.
Hace tiempo que rondaba por mi cabeza la idea de escribir sobre ello, pero la inauguración de la XXXVIII edición del Carnaval de física y de la III edición del Carnaval de Humanidades me han llevado por otro camino. He preferido remontarme al pasado y recordar la vida de uno de los más importantes astrónomos de la historia.
Johannes Kepler nació el 21 de diciembre de 1571 en el seno de una familia de religión protestante luterana radicada en la ciudad de Weil der Stadt, en Würtemberg (actual Alemania). Sus dos abuelos gozaban de una buena posición social; tanto Sebald Kepler, un artesano reconocido, como Melchior Guldenmann, que regentaba una hospedería, habían sido alcaldes de sus respectivas ciudades, aunque la familia se encontraba en decadencia. Su padre, Heinrich, era oficial de bajo rango en el ejército del duque de Würtemberg y tanto él como su madre, Catherine, fueron descritos por un Kepler ya adulto en términos poco favorecedores.