LA MUERTE HELADA


 

 

Parémonos un momento a imaginar la situación: una enorme extensión de nada, un vacío de hielo, viento y oscuridad que hace que apenas se pueda distinguir la tierra del cielo.  Por este páramo se arrastraron los exploradores británicos Robert Falcon Scott, Edward Adrian Wilson, Lawrence Oates, Henry Robertson Bowers y Edgar Evans hasta que sus cuerpos no pudieron resistir más el azote implacable del clima y perdieron finalmente la vida.  No tuvieron más consuelo que su soledad.

Esto es lo que cualquiera de nosotros puede recordar de la tragedia de la que este año se cumple el primer centenario: el equipo británico pretendía ser el primero en alcanzar el Polo Sur pero se vieron superados por los noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Durante el regreso, desanimados y vencidos, dejaron su vida en el hielo.

Sin embargo, no es esto lo único que debemos saber de esta hazaña heroica.  La expedición, de dos años de duración, tenía por objeto no solo alcanzar en primer lugar el Polo Sur, sino también cumplir con un ambicioso programa científico.

Scott en el puente del Terra Nova 1910 219x300 LA MUERTE HELADARobert Falcon Scott, capitán de la Marina Real Británica, dirigió la Expedición Terra Nova a la Antártida ―oficialmente conocida como la British Antarctic Expedition 1910― que desembarcó en la isla de Ross en 1910 junto a otros 64 exploradores (en su mayoría científicos, oficiales de marina y navegantes británicos).  En la primera parte de la expedición (1910 y 1911) se estableció una base en el cabo Evans (isla de Ross), que sería el campamento base de la expedición, así como el lugar donde se llevarían a cabo los experimentos científicos.  Dado el retraso en el desembarco (el Terra Nova pasó 20 inmovilizado por los hielos) se adelantó la misión más importante de esta fase: situar los depósitos intermedios de víveres y combustible en el itinerario previsto hacia el Polo Sur, con vistas a la segunda parte de la expedición: la conquista del Polo.

Entre enero y marzo de 1911 comenzaron los trabajos científicos de exploración geológica en la zona costera del estrecho de McMurdo.  La segunda exploración se llevó a cabo entre los meses de noviembre y febrero de 1912 para continuar los trabajos de la primera.  Scott había coordinado un despliegue de equipos de investigación a lo largo de la bahía de Ross que recolectarían fósiles, datos y todo tipo de material científico.  Tenían la misión de explorar las montañas y los glaciares, estudiar los afloramientos rocosos y las bahías a lo largo de la costa norte de Tierra Victoria.

En febrero, cuando un pequeño equipo de la expedición intentaba llegar hasta la casi desconocida península de Eduardo VII, al este de la plataforma de Ross, se llevaron una enorme sorpresa al divisar otro grupo acampado sobre el borde externo de la plataforma.  Se trataba del equipo de nueve exploradores noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Se suponía que Amundsen se hallaba en una expedición hacia el Polo Norte, a 19.000 kilómetros de distancia; sin embargo, había cambiado en secreto su objetivo hacia el Polo Sur, en lo que Scott vio una estrategia para sorprender a los británicos (a pesar de que Amundsen le envió un telegrama a Scott informándole del cambio de planes cuando éste se encontraba en Nueva Zelanda recabando fondos).  Puesto que la misión de Amundsen se centraba exclusivamente en alcanzar el Polo Sur, su equipaje era más ligero.  Lo que para la expedición Terra Nova había comenzado como una marcha hacia el Polo se convirtió, de improviso, en una carrera.

Capitan Scott escribe su diario 7 10 1911 LA MUERTE HELADA

Scott debía elegir entre arriesgarlo todo por alcanzar el Polo en primer lugar o mantener su agenda investigadora, lo cual sin duda retrasaría su partida.  Optó por persistir:

Lo correcto, así como lo más sensato, es continuar como si nada hubiera ocurrido

escribió en su diario en referencia al desafío del noruego.

Por aquel entonces, la teoría de la evolución constituía una de las disciplinas que suscitaban mayor interés.  Los creacionistas habían llamado la atención sobre la repentina aparición de una planta del Paleozoico denominada Glossopteris en los registros fósiles de África, Australia y Sudamérica.  Sostenían que dada la separación física entre estos continentes, era imposible que la planta hubiera evolucionado de forma independiente: había sido creada y “colocada” allí de forma intencional por Dios.  Sin embargo, para rebatir esta afirmación, Darwin había postulado la existencia de una masa de tierra cercana al Polo Sur que, de algún modo, habría estado conectada con el resto de los continentes australes y en la que Glossopteris habría evolucionado.  La posterior separación de las masas continentales habría hecho el resto.

La primera expedición de Scott a la Antártida había encontrado vetas de carbón que demostraban que, en el pasado, habían crecido plantas en la Antártida.  Por lo tanto, el clima había sido templado.  Del mismo modo, la expedición de Shackleton había hallado fósiles de vegetales, pero no de Glossopteris.  Scott albergaba la esperanza de zanjar la cuestión.

Tomando datos 1912 LA MUERTE HELADAEntre febrero y marzo de 1911, el equipo más reducido, del que formaban parte los geólogos T. Griffith Taylor y Frank Debenham, se encargó de explorar los valles secos, los nunataks y los enormes glaciares de la región central de las costas de Tierra Victoria.  Si bien encontraron un buen número de fósiles, no había rastro de Glossopteris.  Taylor y Debenham se embarcaron en otra expedición aún más larga en noviembre, poco después de que Scott partiera hacia el Polo.

Sin embargo, el rodeo científico más peliagudo de la misión polar se debió a una promesa que Scott había hecho a Edward A. Wilson como contrapartida para que este aceptase emprender el viaje.  Scott había prometido a Wilson que podría visitar de nuevo una colonia de nidificación de pingüinos que habían descubierto en la expedición Discovery entre 1901 y 1904.  El objetivo era comprobar si los embriones de pingüino emperador mostraban vestigios de dentadura de reptil, ya que Wilson pretendía demostrar que el origen evolutivo de las aves se hallaba en los reptiles.  El segundo objetivo de este viaje era probar las raciones alimentarias y el material como preparación para el inminente viaje al Polo Sur.

La visita a la colonia forzó a Wilson, junto con el ayudante Apsley Cherry-Garrard y con H. R. Bowers, a abandonar la base durante la planificación de la expedición polar, por lo que se expusieron sin preparativos a los peligros de una travesía en trineo en la oscuridad del invierno antártico.  Partieron el 21 de junio y, después de tres semanas de viaje y 96 kilómetros recorridos llegaron al cabo Crozier, meta de su viaje, donde instalaron un refugio usando el trineo como viga de apoyo, hielo y rocas.  Aprovecharon la luz crepuscular del mediodía, que apenas iluminaba durante escasas horas, para abrirse paso por un laberinto de grietas glaciares y montículos de hielo descomunales para llegar a la colonia.

Teníamos al alcance de la mano un material que podría haber sido de suma importancia para la ciencia.  Con cada observación convertíamos teorías en hechos, pero no disponíamos de mucho tiempo

se lamentaba Cherry-Garrard.  Tomaron seis huevos y regresaron al refugio, con la intención de volver más tarde a la colonia.  Sin embargo, la temperatura bajó hasta los 60 grados bajo cero.

Llanura helada LA MUERTE HELADA

Aquella noche se desató una tempestad devastadora.  El intenso viento desbarató el refugio y dejó a los exploradores agazapados en sus sacos de dormir bajo una tormenta de nieve que duró tres días.  Cuando el temporal amainó, Wilson decidió abandonar.  “Debemos aceptar nuestra derrota ante la oscuridad y las inclemencias del cabo Crozier” escribió.  De los escasos huevos que habían recogido, la mayoría se perdieron o se congelaron, aunque pudieron recuperar tres de ellos que fueron enviados al Museo de Historia Natural de Londres.  A pesar del esfuerzo, ninguno de ellos ofreció las pruebas que buscaba Wilson.

Durante el regreso al campamento base la temperatura había descendido de nuevo hasta los 55 grados bajo cero y sus sacos de dormir no aislaban bien.  Por la noche apenas podían dormir por lo que el cansancio comenzó a hacer mella provocando caídas.  Las mandíbulas de Cherry-Garrard tiritaban tanto que sus dientes quedaron destrozados.  Al llegar al campamento base en agosto, cada mochila de 8 kilos había acumulado hasta 12 kilos de hielo debido a la congelación del sudor y la nieve fundida.

A pesar de todo Bowers se recuperó pronto y se reincorporó a las campañas.  En septiembre de 1911 realizó el último viaje previo a la expedición polar: él y Edgar Evans acompañaron a Scott durante dos semanas en una marcha de unos 280 kilómetros para comprobar la posición de unas estacas colocadas por otro equipo y estudiar el movimiento de los glaciares.  Scott había escrito en su diario:

La situación se antoja realmente satisfactoria en todos los aspectos.  Si la travesía [hacia el Polo] tiene éxito, entonces nada, ni siquiera la prioridad en la llegada, impedirá que la expedición sea considerada como una de las más importantes que jamás se hayan realizado en regiones polares

La expedición había sido diseñada para que varios grupos de apoyo abandonasen la travesía en etapas sucesivas y dejasen a un último equipo, más reducido, que tiraría de un solo trineo y marcharía a pie hasta el Polo.

Terra Nova 16 01 1911 214x300 LA MUERTE HELADAMientras la expedición se dirigía hacia el Polo, un número de oficiales y científicos permanecerían en el campamento base tomando datos meteorológicos y magnéticos al tiempo que, en el barco, los marineros y científicos a bordo efectuarían investigaciones oceanográficas.  Nada de lo anterior se vio alterado por la presencia de Amundsen.

Scott había previsto que en su expedición hacia el Polo Sur recorrerían 2.842 kilómetros (contando el viaje de ida y vuelta)  con una duración aproximada de 144 días.  La expedición partió finalmente el 1 de noviembre de 1911, 12 días después que la de Amundsen.  Poco antes de marchar, Scott había escrito:

No sé qué pensar sobre las posibilidades de Amundsen.  Desde el principio, he decidido actuar exactamente igual que si no existiera.  Cualquier intento de competir podría haber entorpecido mi plan.

Scott había apostado por la seguridad antes que por la rapidez.  Como hemos visto, contaba con varios grupos de apoyo; uno con tractores, que arrastraría los trineos por la plataforma de hielo inicial, y otros con perros y ponis, capaces de alcanzar e incluso ascender por las montañas del glaciar Beardmore.  Sin embargo, la realidad sobre el terreno desbarató los planes: los tractores se averiaron casi enseguida y los ponis no se aclimataron a las duras condiciones existentes.  Todos estos inconvenientes provocaron enormes retrasos, obligando a los propios expedicionarios a arrastrar las provisiones con la ayuda de pocos perros, los únicos realmente capaces de desenvolverse en el inhóspito mar helado (como había comprendido perfectamente Amundsen).

Mapa expedición antártica LA MUERTE HELADA

Finalmente, el último grupo de apoyo abandonó la llanura el 3 de enero de 1912.  En el equipo final quedaron Scott, Wilson, Bowers, Evans y el capitán del ejército británico Lawrence Oates.  Se enfrentaban a 240 kilómetros de hielo que no ofrecían mayor interés científico que el de tomar medidas meteorológicas y contemplar la superficie barrida por el viento.

Mientras tanto, Amundsen y sus hombres avanzaban con rapidez gracias a sus buenos perros tiradores.  Alcanzaron el Polo el 14 de diciembre, tras dos meses de travesía.  El regreso fue aún más rápido: la superficie era firme y la ruta discurría cuesta abajo.

Tuvimos el viento de espaldas, sol y buena temperatura todo el trayecto.

escribiría después Amundsen.  Las raciones de víveres para los hombres y los perros iban apareciendo conforme llegaban los depósitos de provisiones.  Apenas tardaron cinco semanas en regresar; Amundsen incluso había ganado peso.

Una situación muy diferente esperaba a los incansables británicos.  Cuando Scott llegó al Polo, el 17 de enero de 1912, encontró allí una bandera noruega y descubrieron que Amundsen se les había adelantado.  Los noruegos habían dejado una tienda, algunos suministros y una carta para el rey Haakon VII con el fin de autentificar su hazaña, y una nota en la que pedía cortésmente a Scott que la entregara.

Dios todopoderoso, este lugar es horrible

En el Polo Sur LA MUERTE HELADASin embargo, lo peor estaba por llegar.  A pesar de que durante tres semanas el viaje regreso se desenvolvió bastante bien (avanzaban una media de 23 kilómetros diarios), a partir de ese momento, cuando comenzaron el descenso del glaciar Beardmore, las temperaturas bajaron de manera drástica y la nieve adquirió una textura arenosa, lo que dificultaba la adherencia de los esquís y hacía más duro tirar del trineo.  Disponían de comida, pero esta no bastaba para cubrir las necesidades calóricas de una travesía en aquellas condiciones.  La salud de los hombres empeoró.  Evans se hizo un corte en la mano y la herida se infectó.  Oates presentaba graves signos de congelación.  Aunque sin diagnosticar, todos mostraban síntomas de escorbuto.  A pesar de ello, se tomaron un tiempo para realizar algunas observaciones geológicas.  El 8 de febrero, después de comer, Scott escribió en su diario:

La morrena resultaba tan interesante que… decidí acampar allí y pasar el resto del día realizando investigaciones geológicas […] Nos hallábamos ante precipicios perpendiculares de arenisca Beacon que se erosionaba con rapidez y presentaba auténticas vetas de carbón, en las que el ojo avizor de Wilson ha sabido distinguir huellas de plantas.  El último ejemplar es un trozo de carbón con preciosos dibujos de hojas dispuestas en capas

Las plantas tenían el aspecto de Glossopteris.  Con la ayuda de Bowers, Wilson recogió unos 16 kilos de rocas y fósiles.

Evans y Oates fueron los primeros en perder la vida.  Tras una semana tambaleándose cuesta abajo por el glaciar, Evans se mostraba cada vez más desorientado; perdió el conocimiento y falleció el 17 de febrero.  El estado de congelación de Oates empeoró hasta que ya no pudo mantenerse en pie.  No consintió que su estado retrasara al grupo: para que eso no ocurriera abandonó la tienda durante una tormenta de nieve el 17 de marzo, el día de su 32 cumpleaños, sacrificándose de esta forma por el resto del grupo.  “Voy a salir y quizá me quede fuera un tiempo” informó al resto.  Jamás regresó.

A very gallant gentleman LA MUERTE HELADA

Cuadro pintado por J.C. Dollman, 1913.  Representa la muerte Oates.

Los demás reanudaron la marcha el 19 de marzo.  Habían dejado atrás todo menos lo absolutamente esencial; a petición de Wilson, llevaron también consigo sus diarios, los cuadernos de campo y las muestras geológicas.  Los arrastraron hasta el que sería su último campamento, donde una tormenta de nieve los retuvo durante ocho días, a tan solo 18 kilómetros de un depósito de provisiones clave.  Se quedaron sin comida y sin combustible.  Murieron juntos, con Wilson y Bowers en posición durmiente y Scott situado entre ellos, con su saco abierto y un brazo sobre Wilson.

La última anotación del diario de Scott data del 29 de marzo de 1912, probablemente poco antes de morir:

Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos.  Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. ―R. Scott.  Por el amor de Dios, velad por nuestra gente

Un equipo de búsqueda los halló la primavera siguiente, congelados, junto a sus notas y muestras.  Wilson había acertado respecto a los fósiles: se trataba de la tan perseguida Glossopteris.  “Los 16 kilos de de especímenes recogidos por el equipo polar en el Monte Buckley”, escribió Debenham, “exhiben las mejores características para poner fin a una prolongada controversia entre geólogos respecto a una unión pasada entre la Antártida y Australasia”.  Wilson, investigador implacable y de gran fervor religioso habría estado satisfecho.  La teoría de la evolución era correcta, Darwin estaba en lo cierto y él había ayudado a demostrarlo.

Mucho se ha escrito sobre esta expedición y la forma que tuvo Scott de dirigirla.  Desde luego podemos criticar su falta de previsión al no confiar más en la destreza de los perros para tirar de los trineos en lugar de los tractores mecánicos, hecho que llevó a los miembros del equipo a pasar duras penalidades y finalmente a la muerte.  Del mismo modo hay quien opina que la suerte les jugó una mala pasada y que su destino era quedar inmortalizados a pesar de no haber alcanzado en primer lugar el Polo Sur.  Lo que nadie podrá negar es que prestaron un servicio impagable a la ciencia y a mejorar nuestro conocimiento sobre el planeta que habitamos.

Canción: Mecano.  Los héroes de la Antártida.  Descanso dominical.

Las fotografías en blanco y negro son los originales de la época custodiados en el Instituto Scott de investigación polar.

Bibliografía:

 

 

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