ETIMOLOGÍA Y TAXONOMÍA DEL GORILA

La primera vez que podemos leer el término «gorila» ―según las noticias que tenemos hasta ahora― es en el relato «El viaje de Hannón, comandante de los cartagineses, alrededor de las regiones de Libia más allá de las Columnas de Hércules, que depositó en el templo de Baal». La pieza que conservamos es una traducción griega posterior en varios siglos a la redacción del original, lo que hace que se discuta la autenticidad y la veracidad del texto.

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En cualquier caso, se trata de un breve relato del viaje o periplo ­―título con el que se conoce coloquialmente a la obra― que realizó en el siglo V a.C. Hannón, un general cartaginés que recibió el encargo de seguir la costa occidental de África para fundar nuevas colonias.  Aunque el nombre de Hannón era muy común en la antigua Cartago, los estudiosos coinciden en apuntar a que se trata bien del padre o del hijo del también famoso Amílcar que comandó una gran expedición cartaginesa a Sicilia en el año 480 a.C.

Según el relato, casi al final de su viaje llegaron a una ensenada o recodo llamado Cabo del Sur, en cuyo interior había una isla con una laguna.  En esa laguna había otra isla llena de salvajes cuyo mayor número era de mujeres, las cuales tenían el cuerpo lleno de pelo.  Los intérpretes Lixitas o Lixios que los acompañaban ―pueblo nómada que vivía a orillas del río Lixo― las llamaban “Γοριλλαι = gorillai” (término que aparece en la traducción griega del texto original desparecido).  Añade que cuando los persiguieron no lograron capturar a los hombres porque huyeron trepando por los riscos y defendiéndose con piedras; pero sí alcanzaron a tres mujeres que se defendieron mordiendo y arañando a sus captores.  Dado que no podían llevárselas por la resistencia que oponían, finalmente las mataron y llevaron sus pieles de vuelta a Cartago.

En su estudio sobre la obra de Hannón, Schoff (1913)¹ llega a la conclusión de que el lugar al que llegaron los cartagineses y donde encontraron estos “salvajes” coincide con la actual isla Sherbro en Sierra Leona.

En relación con este relato, el padre jesuita Juan de Mariana escribe en 1601 su obra Historia general de España donde recoge diversos apuntes sobre el relato de la Navegación de Hannón (libro 1, capítulo 22):

[…] Pasado aquel monte descubrieron una isla habitada de hombres cubiertos de vello (así lo entendieron ellos) y para memoria de cosa tan señalada de dos hembras que prendieron, porque á los machos no pudieron alcanzar por su gran ligereza, como no se amansasen, las mataron y enviaron á Carthago las pieles llenas de paja, donde estuvieron mucho tiempo colgadas en el templo de Venus para memoria de tan grande maravilla.

Más adelante añade:

Los hombres cubiertos de vello entendemos que fueron cierto genero de monas grandes, quales en África hay muchas y de diversas raleas, de todo en la figura semejantes a los hombres, y de ingenios y astucias maravillosas.

Mucho tiempo después, un marino inglés llamado Andrew Battell fue el primer europeo que habló de los gorilas ―aunque en su relato emplease el término Pongo― al contar sus peripecias tras su captura por parte de los portugueses en las costas de Brasil.  En esa época, Portugal se encontraba en guerra junto a España contra Inglaterra, por lo que fue trasladado a la costa occidental de África en calidad de prisionero, y condenado a servir a los portugueses en sus enfrentamientos con las tribus locales.  Fruto de estas experiencias, y del tiempo que vivió con los indígenas, es el libro donde cuenta sus aventuras publicado en Londres en 1613 por Samuel Purchas, justo un año antes de su fallecimiento.  A pesar de los detalles que ofrece, es importante tener presente que fue redactado de memoria a su regreso a Inglaterra.

Nos cuenta² que en la provincia de Mayombe había dos tipos de monstruos muy comunes en esos bosques y muy peligrosos.  Al más grande los nativos lo llamaban Pongo (en realidad Mpungu), mientras que al más pequeño, Engeco ―se trata del gorila y el chimpancé respectivamente―.  Describió al Pongo como un animal que tenía las mismas proporciones que un hombre aunque fuera como un gigante en altura. Tenía cara de hombre, los ojos hundidos y pelos largos en las cejas.  Afirmaba que tenía todo el cuerpo lleno de pelo de un color parduzco, salvo la cara, las orejas y las manos.  Siempre caminaba erguido sobre sus pies, dormía en los árboles y construía refugios para protegerse cuando llovía.  En cuanto a sus hábitos alimenticios, afirmaba que comía fruta y nueces que encontraba en el bosque, pero no comía nada de carne.  Terminaba sosteniendo que no podía hablar y que poseía poca inteligencia.

Pese a que en la actualidad se pone en duda que Battell viera en realidad estos animales, la descripción del Pongo es claramente la de un gorila pese a algunas incorrecciones, debidas quizá a las distorsiones propias de los relatos transmitidos oralmente.  Curiosamente, el término Pongo se empleó finalmente como el nombre genérico de los orangutanes asiáticos ―el nombre científico del Orang-outan es Pongo pygmaeus― y no de los grandes simios africanos.  De hecho, el término Orang, que aparece escrito en los textos antiguos más comúnmente pero de forma incorrecta «ourang», se aplica estrictamente a las especies de simios orientales.  “Orang” es una palabra malaya que significa “ser razonable” y se emplea para referirse tanto al hombre como al elefante.  Por otro lado, “outan” significa “salvaje” o “de los bosques” por lo que orang-outan se puede traducir como “hombre salvaje”³.

En 1774, en la segunda edición de su obra sobre los orígenes del lenguaje, James Burnett expone los informes incluidos por Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, en su magna obra Histoire naturelle (concretamente, en el volumen 14 de la misma), donde se dan los detalles ofrecidos por diferentes testigos acerca de los grandes simios parecidos al hombre: el Orang-outan y el chimpancé.  Tras reproducir los mismos relatos, aporta un informe inédito que le facilitó un comerciante de Bristol que anteriormente había sido capitán de un barco mercante en la costa de los esclavos de África.  Éste le remitió una carta donde describe un animal del que existen tres especies que se diferencian por su tamaño.  El mayor de ellos es llamado por los nativos de Loango, Malemba, Cabenda y Congo como «Impungu» ―de nuevo nos encontramos con Pongo―.  Afirma que camina erguido como el hombre, alcanza entre los 7 y los 9 pies de alto (más de dos metros de altura) cuando es adulto, es grueso en proporción y sorprendentemente fuerte.  Tiene todo el cuerpo cubierto de un pelo largo y negro como el azabache, la cara es más “humana” que la del chimpancé (llamado Chimpenza) y no tiene cola.  Manifiesta que ni él ni su hijo vieron nunca este animal aunque sí una mano cortada a la altura de la muñeca.  Cada dedo era del tamaño de tres dedos suyos.  Sostiene que no ha oído hablar de la presencia de este animal salvo en las costas de Angola.

En todas las descripciones se cuenta que estos animales cazan, se relacionan con otras personas y llegan a formar familias.  Burnett, a pesar de que confía en los hechos que relata el conde de Buffon, confiesa que éste expone una hipótesis distinta a la suya, es decir, que el Orang Outang no es un hombre, sino una especie intermedia entre el hombre y el mono.

Burnett pasa a continuación a explicar los motivos por los que él considera que el Orang Outang sí pertenece a nuestra especie: que es un animal con forma humana tanto en el aspecto externo como en la disposición de los órganos internos, que tiene la inteligencia del ser humano (tanta como puede esperarse de un animal que vive fuera de la civilización y de las artes), que tiene los sentimientos propios de nuestra especie etc.

En otro lugar ahondaremos en este debate, pero parece evidente que no están hablando del mismo espécimen.  Burnett se esfuerza en demostrar que el Orang Outan posee las características propias del ser humano y entra en una larga disquisición acerca del origen del lenguaje ―que por otro lado, es el tema fundamental de su libro― rebatiendo las conclusiones que ofrece el conde de Buffon en su obra.  Del mismo modo, aborda la cuestión de qué debemos entender por un “hombre”, es decir, cuáles son los caracteres determinantes para afirmar que un animal pertenece al género Homo. Como digo, será en otro lugar donde entremos a analizar sus conclusiones ya que se escapa del objeto de este comentario.

Ya en 1821, George Maxwell, capitán de un barco mercante, publicó una carta en The Edinburgh Philosophical Journal donde relata algunas de las observaciones que hizo en el viaje al Congo y Loango en 1790.  Menciona que «poongo» es el animal más maravilloso del género de los simios.  Cuando camina erguido mide 6 pies de altura y se dice que tiene la fuerza de diez hombres.  Afirma que, según le cuentan los nativos, es capaz de conducir a los elefantes con garrotes y que cargan con sus mujeres a sus espaldas cuando las encuentran lejos de su casa.  Este animal lo pone en contraposición al «chimpainzee» que, según sostiene, los europeos llaman Oran Outan.

Vemos hasta ahora una gran confusión no sólo en los nombres empleados para referirse a este animal, sino incluso en la descripción, más que de su aspecto, de su comportamiento.

Finalmente, no es hasta mediados del siglo XIX cuando obtenemos la primera descripción científica de los gorilas gracias al trabajo de Thomas Staughton Savage, un clérigo y naturalista que fue enviado en 1836 a Liberia como misionero.

Gorilla Savage1 ETIMOLOGÍA Y TAXONOMÍA DEL GORILA

Savage en primer lugar remitió una escueta comunicación§ dando cuenta de la nueva especie descubierta.  En ella explica que mientras regresaba a su casa tras realizar un viaje a Cabo Palmas, tuvo que detenerse en el río Gabón y pasar el mes de abril de 1847 en la casa del reverendo J. L. Wilson.  Aprovechando su estancia, y conociendo el interés de Savage por los animales exóticos y desconocidos, éste le enseñó un cráneo que los nativos afirmaban que pertenecía a un animal simiesco, de un gran tamaño y temido por su ferocidad.  Del examen del cráneo y de la información facilitada por algunos de esos nativos, Savage aventuró que se encontraba ante una nueva especie de Orang.  Expuso su opinión al reverendo Wilson deseando investigar más a fondo y, si era posible, zanjar cualquier duda encontrando un espécimen, ya fuera vivo o muerto.  A pesar de no conseguir ningún animal vivo, sí pudo examinar varios cráneos de ambos sexos y de diferentes edades, así como otras partes del esqueleto.  Tras realizar un examen de los restos, realizó una descripción detallada de los mismos en el artículo que envió a la Boston Society of Natural History.

Otorgó a este espécimen el nombre científico de Troglodytes gorilla, empleando para el nombre específico el término que utilizó Hannón el navegante para describir a  esos “salvajes con el cuerpo lleno de pelo”.  Acto seguido publicó un artículo junto con Jeffries Wyman donde se hacia un análisis más detallado de los restos analizados.


¹ Schoff, W. H. (1913), The Periplus of Hanno; a voyage of discovery down the west African coast, by a carthaginian admiral of the fifth century B. C. Philadelphia: Commercial Museum.

² Purchas, S. (1901), The strange adventures of Andrew Battell, of Leigh, in Angola and the adjoining regions. London: Printed for the Hakluyt Society, xx, 210 p.

³ Cuvier, G. y  McMurtrie, H. (1834), Cuvier’s animal kingdom: arranged according to its organization / translated from the French, and abridged for the use of students by H. McMurtrie. London: Orr & Smith, 508 p.

Burnett, J. (1774), Of the origin and progress of language. Edinburgh: J. Balfour.

Maxwell, G. (1821), “Observations on the countries of Congo and Loango, as in 1790″. The Edinburgh Philosophical Journal, vol. V, p. 268-270.

§ Savage, T. S. (1847), “Communication describing the external character and habits of a new species of Troglodytes (T. gorilla, Savage,) recently discovered by Dr. S. in Empongwe, near the river Gaboon, Africa.”. Proceedings of the Boston Society of Natural History, vol. 2, p. 245-247.

Savage, T. S. y  Wyman, J. (1847), “Notice of the external characters and habits of Troglodytes Gorilla, a new species of Orang from the Gaboon River”. Boston Journal of Natural History, vol. 5, núm. 4, p. 417-443.