Donde hay educación no hay distinción de clases


Kong Miao Donde hay educación no hay distinción de clases

Estatua de Confucio. Dinastía Ming (1368-1644), templo de Confucio, Kong miao, Pekín. Vía Wikimedia Commons

A Confucio (Kǒngzǐ en chino mandarín, literalmente «Maestro Kong») le tocó vivir un momento turbulento en la historia de China. En la época Chunqiu (época de los anales de primavera y otoño, 722-426 a.C.), el poder de la dinastía Zhou estaba en decadencia mientras que los reyes locales lograban progresivamente aumentar el suyo. Esto supuso la instauración del feudalismo tal y como lo conocemos en Europa: la nobleza continuó su desarrollo de forma jerárquica mediante el derecho de sucesión del primogénito, aparecen nuevas categorías nobiliarias, al tiempo que los campesinos se consideran siervos sujetos al pago de tributos y prestaciones personales. En la escala de prestigio de las clases sociales, la nobleza se encontraba a la cabeza, seguida de los sabios, los campesinos, los artesanos (siempre al servicio exclusivo de la nobleza) y, por último, los comerciantes.

Hacia el año 409 a.C. se deshizo la alianza feudal de estados, instaurándose un periodo durante el que cada uno de los príncipes luchó por conseguir el poder sobre todo el reino.

Es con este telón de fondo como debemos contemplar las enseñanzas del Maestro. Confuzio vivió en lo que Trauzettel definió como el “paso de la religiosidad mágica a la racionalidad”, construyendo un ideal de virtud cuyo modelo extrajo del pasado. Planteó exigencias morales a su entorno: si todos ―tanto si ocupaban un puesto elevado como bajo en la escala social― vivían según el ideal moral, el individuo, la familia, el pueblo y el soberano gozarían de mayor bienestar y en el país reinaría la paz. El contenido político de su doctrina es la exigencia de paz, unidad y el ejercicio del poder por parte del hombre más cualificado, más capaz, como era el caso de los emperadores y reyes de la época precedente:

Los ancianos que deseaban demostrar la virtud más alta por todo el imperio, primero ordenaban bien sus propios Estados. Deseando ordenar bien sus Estados, primero regulaban sus familias. Deseando regular bien sus familias, primero se cultivaban a sí mismos. Deseando cultivarse a sí mismos, primero rectificaban sus corazones. Deseando rectificar sus corazones, primero procuraban ser sinceros en sus pensamientos. Deseando ser sinceros en sus pensamientos, primero extendían hasta el máximo sus conocimientos. Tal extensión de conocimientos yace en la investigación de las cosas.

Investigadas las cosas, el conocimiento se completaba. Completos sus conocimientos, sus pensamientos eran sinceros. Sinceros sus pensamientos, sus corazones eran entonces rectificados. Rectificados sus corazones; ellos mismos eran cultivados. Cultivados ellos mismos, sus familias eran reguladas. Reguladas sus familias, sus Estados eran gobernados rectamente. Gobernados rectamente sus Estados, todo el imperio estaba tranquilo y era feliz.

Desde el Hijo del Cielo hasta la masa de gentes, todos deben considerar el cultivo de la persona como la raíz de todo lo demás.

Analectas Donde hay educación no hay distinción de clases

Analectas de Confucio. Vía Wikimedia Commons

Con el mismo propósito de que los destinos del país quedasen en manos de los más capaces, expuso las seis cualidades y las seis perversiones:

El Maestro preguntó: «Zilu, ¿has oído hablar de las seis cualidades y de las seis perversiones?» —«No.» —«Siéntate, te las diré. Amar la humanidad sin amar el aprendizaje degenera en necedad. Amar la inteligencia sin amar el conocimiento degenera en frivolidad. Amar la caballerosidad sin amar el conocimiento degenera en bandidismo. Amar la franqueza sin amar el conocimiento degenera en brutalidad. Amar el valor sin amar el conocimiento degenera en violencia. Amar la fuerza sin amar el conocimiento degenera en anarquía.»

Analectas

Amar la humanidad sin amar el conocimiento degenera en necedad: cualquiera que dude de la relevancia actual de esta máxima debería pararse a contemplar lo que nos rodea, no solo en ese activismo bien intencionado, pero ignorante, que está tan de moda, sino en quienes elegimos como gobernantes, como administradores etc. Por una extraña lógica, presuponemos a menudo que la bondad debería por sí misma conllevar una especie de dispensa de la inteligencia, pero, de hecho, estas dos cualidades están orgánicamente relacionadas, como si la bondad y la estupidez fueran compatibles.

Qué grandes palabras para detenernos un minuto a reflexionar.


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