(Des)igualdad en la ciencia


Si tuviéramos que elegir un apellido que representara los logros de las mujeres en el ámbito científico, un símbolo que aunara un consenso general, bien podría ser el de Joliot-Curie.

Se han escrito océanos de tinta sobre la vida, los descubrimientos y el talento de Marie Curie (1867-1934): la primera mujer en obtener un Premio Nobel, la primera mujer en dar clases en la Facultad de Ciencias de la Sorbona, la primera mujer francesa en ser doctora en Ciencias, la primera persona a la que se le concedieron dos Premios Nobel en dos campos diferentes (física y química)… En definitiva, una mujer excepcional que rompió moldes y que, además de una pasión irrefrenable por entender los misterios de la naturaleza, destacó por su lucha incansable por lograr un trato igualitario para la mujer en la sociedad francesa de su época (para quienes quieran disfrutar con algunos detalles más de su vida recomiendo la magnífica anotación de Laura Morrón titulada El diario de Manya).

Marie Curie en 1903 (Des)igualdad en la ciencia

Marie Curie en 1903 (wikimedia commons)

Por otro lado, su hija mayor, Irène Joliot-Curie (1897–1956), estudió física y química en la Universidad de París durante la Primera Guerra Mundial. Cuando terminó la conflagración trabajó como ayudante de su madre en el Instituto del Radio de París (más tarde rebautizado como Instituto Curie) donde conoció al asistente personal de ésta, Frédéric Joliot, con quien contrajo matrimonio. De su madre heredó ―entre otras muchas cosas― su combativo espíritu de lucha contra la desigualdad de la mujer. Fruto de este coraje (porque méritos académicos e intelectuales no le faltaban) fue conseguir en 1935 que la nombraran directora de investigación de la Fundación Nacional de Ciencias (necesitó presentarse al puesto hasta en tres ocasiones). Ese mismo año obtuvo el Premio Nobel de Química junto a su marido «por sus trabajos en la síntesis de nuevos elementos radiactivos».

Y llegamos a la tercera generación, Hélène Langevin-Joliot (hija de Irène). Se educó en el Institut de physique nucléaire de Orsay (un laboratorio creado por sus padres) y en la actualidad es profesora de física nuclear en el Instituto de Física Nuclear en la Universidad de París y directora de Investigación del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia. Sin embargo, a sus 86 años, sigue tan combativa como su madre y su abuela y centra sus esfuerzos en fomentar que las mujeres sigan carreras en los campos científicos y lucha porque sean tratadas en condiciones de igualdad.

Porque hoy en día, aunque a algunos les cueste creerlo, el ámbito científico no es un mundo estanco y no es inmune a los mismos comportamientos discriminatorios hacia la mujer que podemos ver en la sociedad.

Lo dicho hasta ahora viene a cuento de una entrevista que Hélène concedió al diario El País y fue publicada hace menos de un mes. En ella nos recordó que hubo una campaña durísima contra su abuela porque era mujer y también polaca:

A ella le afectó mucho y no volvió a presentarse [a un puesto en la Fundación Nacional de Ciencias francesa]. El caso de mi madre fue distinto. Se postuló hasta tres veces. Y no porque le hiciera especial ilusión, sino para defender sus derechos. Creía firmemente que la mujer tenía las mismas capacidades que los hombres para dedicarse a la investigación y debía ser igualmente reconocida.

Respecto a la situación actual de la mujer en la ciencia confirma:

Es un mundo muy competitivo y resulta más duro para las mujeres. Todavía queda mucho por hacer. La igualdad llegará cuando en las academias se elija a científicas de nivel medio, igual que ahora hay muchos hombres que no son especialmente brillantes.

texto (Des)igualdad en la ciencia

Tengo que reconocer que estos comentarios sobre la situación de la mujer en la ciencia me sorprendieron bastante porque no era plenamente consciente de esta situación, pensaba que eran cosas de pasado. Cualquiera que haya estudiado en la universidad sabrá que las mujeres son más capaces, más constantes y obtienen, en general, mejores calificaciones en sus estudios. El Índice Europeo de Igualdad de Género, en la dimensión educativa, constata que se ha alcanzado la igualdad en el porcentaje de hombres y mujeres con estudios universitarios en España, aunque aún se mantiene una clara división entre “carreras de hombres y carreras de mujeres”. Y aunque según las estadísticas que maneja el Instituto de la Mujer dependiente del Ministerio de Sanidad español, el porcentaje de mujeres empleadas en I+D (en universidades, empresas y otros organismos públicos) no ha dejado de crecer en los últimos años (el último dato disponible del año 2012 arroja un porcentaje del 39,97 %, más información aquí) aún es patente la desigualdad existente ya que las mujeres constituyen una minoría en la profesión científica en España (ver el informe “Científicas en cifras 2011: Estadísticas e indicadores de la (des)igualdad de género en la formación y profesión científica” para un desarrollo más profundo de esta cuestión).

Científicas en cifras 2011: Estadísticas e indicadores de la (des)igualdad de género en la formación y profesión científica. Página 42. Hacer clic para agrandar

Pues bien, tras leer la entrevista de Hélène Langevin-Joliot me interesé por este tema y decidí analizar por mí mismo el cuadro que había descrito. Fue entonces cuando me topé con una noticia aparecida el año pasado (2013). Se trata de un informe que se hizo público en el simposio de ética de la 82ª reunión anual de la Asociación Americana de Antropología Física y, a pesar de que su objetivo no era verificar la existencia de desigualdad en el ámbito de la ciencia, sacó a la luz una situación mucho más grave que guarda relación con esta cuestión.

Como muchos ya sabrán, la antropología es la ciencia que estudia al ser humano de forma global, combinando en una sola disciplina los enfoques de las ciencias naturales, sociales y humanas. Se trata de un campo de investigación muy amplio que ofrece cientos de posibles especialidades académicas (en la mayoría de las universidades americanas el programa se divide en departamentos de arqueología, antropología biológica ―que incluyen la paleoantropología y el estudio de la evolución humana― y antropología sociocultural). Una parte esencial de esta disciplina consiste en realizar trabajos de campo que, en muchas ocasiones, se llevan a cabo en lugares situados en países remotos de África, Asia o Sudamérica.

Los datos revelados en el informe sacaron a la luz una serie de abusos psicológicos, físicos y sexuales de los estudiantes (en la mayoría de los casos del sexo femenino) mientras realizaban el trabajo de campo necesario para la obtención de sus títulos universitarios, sus tesis doctorales o completar sus currículos. El informe se basa en una encuesta realizada a través de internet y una serie de entrevistas telefónicas por parte de cuatro investigadores encabezados por la profesora de antropología de la Universidad de Illinois Kathryn Clancy (aunque la encuesta está cerrada, puede consultarse aquí el cuestionario completo).

Clancy considera que ningún aspecto de ninguna investigación tiene que primar sobre el apoyo a los científicos jóvenes, proporcionándoles los recursos necesarios para prosperar y protegiéndolos del daño mental, físico y emocional. Sin embargo, señala que estudiantes universitarias, estudiantes de postgrado, investigadoras postdoctorales e incluso profesoras universitarias vienen sufriendo acoso sexual y agresiones no sólo por sus iguales, sino por sus jefes y mentores de investigación.

trabajo de campo (Des)igualdad en la cienciaSe encuestó a un total de 124 personas (el 79% eran mujeres), dieciséis de las cuales accedieron a mantener una conversación telefónica para facilitar información adicional. Del total de entrevistados, más de la mitad reconoció haber experimentado o presenciado acoso sexual, abuso físico o una agresión sexual a manos de los directores de proyectos o compañeros que compartían vivienda y lugar de trabajo en los lugares donde se realizaba la investigación de campo (en el estudio se define la agresión sexual como “cualquier tipo de contacto físico inapropiado, contacto físico no deseado, una agresión o una violación”).
Veamos los datos:

Frecuencia (Des)igualdad en la ciencia¿Con qué frecuencia has observado o escuchado a otros investigadores y colaboradores hacer comentarios inadecuados o sexuales? (tabla adaptada del estudio publicado)

Experiencia personal (Des)igualdad en la cienciaDistribución entre sexos de las víctimas de comentarios inadecuados o sexuales, comentarios sobre la belleza física, las diferencias cognitivas de sexo u otras bromas (tabla adaptada del estudio publicado).

A la pregunta: ¿Alguna vez has experimentado personalmente comentarios inadecuados o sexuales, comentarios sobre la belleza física, las diferencias cognitivas de sexo u otras bromas, durante el trabajo de campo?, el 59% de los entrevistados (73 personas) contestaron afirmativamente. Como vemos en la gráfica superior, el 63% de las víctimas de este tipo de conductas denigrantes fueron mujeres.

A la pregunta: ¿Alguna vez ha sufrido acoso sexual físico o un contacto sexual no deseado?, el 18% de los participantes respondieron que sí (un total de 21 personas), veinte de las cuales eran mujeres.

Tras un análisis de los datos obtenidos se ha comprobado que los lugares de investigación más grandes y mejor organizados tienden a tener un menor número de incidentes de este tipo que los lugares de trabajo más pequeños y menos formales. De igual forma, quienes trabajaron en equipos donde eran mujeres quienes ocupaban las posiciones de liderazgo informaron menos de estos sucesos (se dio el caso de que algunos encuestados indicaron que hubo un aumento de la conducta abusiva cuando las directoras estaban ausentes).

La profesora Clancy se lamenta:

Necesitamos la aprobación de los sujetos humanos [que son objeto de investigación], aprobación para la investigación con animales, planes para la gestión de datos, planes de seguridad en el laboratorio, planes de tutoría postdoctoral para dirigir la investigación. Es hora de exigir algún tipo de código de conducta para los investigadores que realizan trabajos de campo, con mecanismos claros para hacer más fácil que las personas puedan denunciar el acoso.

Los datos hablan por sí solos. La publicación del estudio provocó un notable revuelo que tuvo eco tanto en periódicos generalistas como en revistas científicas como Science, y obligó a la Asociación Antropológica Americana a emitir una declaración en la que dejaba sentado que la Asociación mantenía una política de tolerancia cero con el acoso sexual.

Hasta ahora no se tenían datos sobre esta situación, algo que se comprende perfectamente si tenemos en cuenta cuál es la posición de las víctimas:

Dejar el yacimiento, no completar y publicar la investigación, y/o perder la carta de recomendación puede tener graves consecuencias para la carrera académica. En conjunto, estos factores dan como resultado una población de víctimas particularmente vulnerable, así como testigos impotentes para interponerse. Como disciplina, tenemos que reconocer y remediar que un apreciable número de nuestros colegas más jóvenes, especialmente las mujeres, tienen que soportar el acoso y un entorno de trabajo hostil con el fin de ser científicos.

 

Más información:

— “I had no power to say ‘that’s not okay”: Reports of harassment and abuse in the field (“No tenía poder para decir que esto no está bien”: Informes de acoso y abuso en el trabajo de campo). Anotación de Kathryn Clancy en su blog de Scientific American.

— A can of worms worth opening (una lata de gusanos que da pena abrir). Artículo de Robert Muckle para la Asociación Americana de Antropología.

— Survey Finds Sexual Harassment in Anthropology. Artículo de John Bohannon para Science.

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