La homeopatía no funciona

La homeopatía no funciona. ¿De verdad? Que estemos en pleno siglo veintiuno y que aún tengamos que ir repitiendo que la homeopatía es un engaño día sí, día también, parece una broma pesada. Hace días que internet hierve debido a una serie de comentarios y noticias publicadas en varias páginas web —incluso periódicos— que se hacen eco de un estudio de revisión publicado el año pasado sobre la homeopatía y que vamos a analizar a continuación. Como digo, el informe en cuestión se conoce desde hace casi un año, pero ahora vuelve a la palestra por diversos motivos.

El pasado 16 de febrero, Paul Glasziou, profesor en la facultad de medicina y ciencias de la salud de la Universidad de Bond (Australia), publicó una anotación en el blog del British Medical Journal donde se desahogaba ante una nueva campaña de recogida de fondos del Consejo Internacional para la Homeopatía. Esta “organización” busca fondos no para realizar estudios, investigaciones o ensayos que traten de demostrar la eficacia de sus productos, sino para atacar el informe antedicho. Glasziou fue el presidente del grupo de trabajo a quien el Consejo Nacional de Salud e Investigación Médica de Australia (NHMRC por sus siglas en inglés) encargó la tarea de revisar las conclusiones de 176 ensayos sobre la homeopatía para comprobar si los tratamientos eran efectivos.

Tratamientos electro-homeopáticos del Conde Cesare Mattei, Bolonia, Italia, 1873. Wellcome Images. CC

Lo que hizo el panel de expertos del NHMRC fue revisar la evidencia científica sobre la eficacia de la homeopatía en el tratamiento de una variedad de cuadros clínicos con el objetivo de proporcionar a los australianos una información fiable sobre su uso. Los trabajos consistieron en:

  • Una revisión sistemática de la evidencia de los estudios sistemáticos disponibles sobre la eficacia de la homeopatía en el tratamiento de una variedad de enfermedades en los seres humanos.
  • Elaboración de un informe sobre las pruebas presentadas al NHMRC antes del comienzo de la revisión.
  • Elaboración de un informe sobre las pruebas presentadas al NHMRC durante el periodo de consulta pública sobre el borrador del informe; y
  • La toma en consideración de las directrices publicadas y otros informes del gobierno.

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Pseudoarqueología no, falsa arqueología (y II)

Esta anotación es la segunda y última parte de la versión escrita —y extendida— de la charla sobre ciencia, arqueología y pensamiento crítico que dí el pasado viernes dentro del segundo ciclo de charlas Hablando de Ciencia en Málaga.

(Puedes ver las diapositivas originales aquí)

Los constructores de montículos

Bajo el apelativo de cultura de los montículos o constructores de montículos (Mound builders en inglés) se engloban una serie de grupos étnicos, habitantes prehistóricos de América del Norte, que se caracterizaron por levantar enormes estructuras artificiales de tierra, con formas, tamaños y fines muy diversos (podemos destacar el uso ceremonial, residencial o de enterramiento). En ellos se han hallado gran cantidad de objetos ornamentales, herramientas y restos humanos.

Durante los siglos XVIII y XIX, al tiempo que se producía la expansión de la frontera de los Estados Unidos hacia la costa del océano Pacífico, los colonos se fueron topando con una cantidad cada vez mayor de estas estructuras, dando pie a numerosas teorías acerca de quienes habitaron esos lugares y cómo podían haber levantado esas impresionantes construcciones. Sin embargo, en algo se pusieron de acuerdo casi de inmediato: no podían ser obra de los nativos americanos —a pesar de que llevaban viviendo en aquellas tierras mucho tiempo antes de que ningún europeo soñara siquiera con llegar hasta allí—.

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Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I)

Esta anotación es la versión escrita —y extendida— de la charla sobre ciencia, arqueología y pensamiento crítico que dí el pasado viernes dentro del segundo ciclo de charlas Hablando de Ciencia en Málaga.

(Puedes ver las diapositivas originales aquí)

¿Qué es la arqueología?

Aunque pueda parecernos raro, si preguntamos a un buen número personas qué hace un arqueólogo, todavía hay muchos que responden —casi sin dudar— con el ejemplo de Indiana Jones: un arqueólogo es un aventurero que busca templos ocultos en la selva y desentierra objetos de valor para exponerlos en un museo. Y aunque lo cierto es que Indiana Jones no era más que un caza tesoros, no hace mucho tiempo los arqueólogos actuaban exactamente de esa forma: el destino de gran parte de sus recursos y, por tanto, la dirección de sus investigaciones, estaban determinados por la demanda de los museos que necesitaban objetos para realizar exposiciones que atrajesen el interés del público.

Sin embargo, la arqueología moderna no tiene como objetivo desenterrar objetos para que acaben expuestos en una vitrina. Intenta reconstruir del modo más completo posible el comportamiento del hombre, las bases de su economía y su vida individual y social. De esta forma, la arqueología podría definirse como el método que estudia las diferentes culturas del pasado y su evolución mediante el análisis de los vestigios materiales que han dejado tras de sí.

Por este motivo se ha llegado a comparar la arqueología con el trabajo de un detective: trata de reconstruir las actividades de nuestros antepasados a partir de las huellas que dejaron, restos que tenemos que ser capaces de encontrar y analizar.

La mayoría de las evidencias que encontramos en los yacimientos son de tipo circunstancial, es decir, se trata de rastros incompletos y en demasiadas ocasiones, muy fragmentarios. Pero recurriendo a las ciencias naturales podemos obtener una información mucho más completa. Es decir, lo que el arqueólogo pueda aprender sobre el pasado dependerá en gran medida de la forma en que utilice los recursos que ponen a su disposición otras disciplinas científicas (como, por ejemplo, los análisis de ADN antiguo, estudios químicos de los suelos, polen y restos de fauna y flora etc.).

En definitiva, los arqueólogos modernos hacen gala del espíritu inquisitivo de la ciencia: ya no excavan solo para acumular datos, sino para resolver problemas. No se esfuerzan en excavar en monumentos solo porque sean visibles o llamativos, sino que tratan de recuperar las pruebas que necesitan para comprender mejor las sociedades del pasado, en cualquier sitio donde puedan encontrarse.

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El cazador que enseñaba geología

Tal y como recoge el diccionario de la Real Academia Española, una glaciación—edad de hielo o periodo glacial— es cada una de las grandes invasiones de hielo que en épocas remotas acontecieron en zonas muy extensas de distintos continentes. Se trata en definitiva de periodos prolongados de clima frio que provocaron la expansión los glaciares más allá de los límites que conocemos actualmente.

Durante estos periodos, las enormes masas de hielo —a veces de un espesor superior a los 3.000 metros— cubrían grandes extensiones de tierra, causando efectos muy característicos en el paisaje: debido al enorme peso, se formaban profundos valles en forma de U, aparecían largas hileras de cantos rodados en los bordes debido a los fragmentos de rocas que caían desde las laderas de las montañas, levantaban las playas, alteraban los cursos fluviales etc.

Grosser Aletschgletscher. CC

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¿Acceso libre a los datos de las investigaciones?

Desde hace años sigo muy de cerca el trabajo de John Hawks, profesor de antropología de la Universidad de Wisconsin—Madison, tanto a través de su artículos científicos, charlas etc. como del curso MOOC “Evolución humana: pasado y futuro” que tuve la suerte de completar hace poco. Este incansable científico escribe uno de los blogs sobre paleoantropología y evolución humana más leídos de internet (puedes verlo aquí) y hace poco publicó una anotación que me ha parecido muy importante.

Mucho se discute (y se discutirá) acerca de la publicación de los resultados de una investigación en revistas de acceso abierto (open access), pero no tanto sobre la posibilidad de que se acceda a los datos brutos en los que se basan los diferentes artículos que se publican.  Es decir, ¿cómo puede cualquier grupo de investigación replicar los resultados de un prometedor trabajo sobre un nuevo medicamento si no se tiene acceso completo a los datos originales? Está claro que hay muchos intereses enfrentados (lucha por subvenciones, patentes, prioridad en la publicación etc.) pero uno de los pilares fundamentales de la ciencia es la necesidad de corroborar y reproducir los resultados de cualquier investigación. Está claro que un acceso público a los datos que se han manejado a la hora de publicar las conclusiones de un estudio facilitaría enormemente el avance del conocimiento.

Pues bien, algo que es importante en el ámbito biomédico, también es muy relevante en el ámbito de la paleoantropología, un tema que se ha tratado en muy pocas ocasiones.

Los restos fósiles que nos hablan de nuestro pasado son objetos preciosos por su valor intrínseco, lo que hace que sus descubridores y quienes tienen el deber de su custodia y conservación, sean reacios a permitir su examen por el resto de la comunidad científica. A veces resulta simplemente imposible acceder a los restos originales y hay que contentarse con estudiar una réplica. No digamos ya, poder acceder a los datos brutos de los cada vez más frecuentes análisis paleogenéticos (aunque hay honrosas excepciones). Aún no han aparecido los restos originales de Orrorin tugenensis que fueron “robados” hace más de un año, sustraídos al parecer por el encargado de su custodia en un museo local de Kenia. A pesar de que hay réplicas, la pérdida es irreparable.

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