El pasado día 19 de abril se publicó un artículo en la edición de Álava del diario El correo titulado “Hay muchos capítulos de la historia que están mal explicados”, firmado por Natxo Artundo. En él se explican las afirmaciones de muy dudosa veracidad de Francisco González, redactor jefe de la revista Año Cero, tras la publicación de su último libro “Arqueología imposible”.
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En la contraportada del libro escrito por el Sr. González podemos leer:
¿Cómo es posible que encontremos construcciones semejantes en puntos tan alejados del planeta? Como si de un relato de detectives se tratara, el autor va descubriendo asombrosos vínculos entre los maestros constructores de la antigüedad. Escrito por uno de los investigadores más respetados en el ámbito de las civilizaciones desaparecidas, Arqueología Imposible desvela las claves ocultas tras algunos de los más insondables misterios de nuestro pasado.
Pues bien, decidí escribir una carta al director de dicho diario a fin de que fuera publicada, cosa que no sucedió. Por ello la reproduzco a continuación:
Sr. Director:
He leído con interés y atención el artículo aparecido en la sección “Culturas y sociedad” de su periódico el pasado martes día 19. En él se analiza de forma somera el último libro publicado por Francisco González titulado Arqueología imposible. El legado oculto de los maestros constructores.
Creo que es innecesario discutir que un periodista —léase cualquier persona que no ha seguido estudios reglados en historia antigua o arqueología— pueda tratar el tema que Francisco González investiga en su libro. Cualquier persona que sienta interés por un tema concreto, aun cuando carezca de un título oficial, puede profundizar en su estudio y plantear nuevas hipótesis, aunque puedan considerarse “atrevidas”. Lo determinante aquí no es poseer un título, sino qué es lo que se dice y qué argumentos se emplean para defender esa postura. Hay arqueólogos buenos y malos, como también sucede con los periodistas, los abogados o los médicos.
Que el Sr. González afirme que ha leído a Däniken, Kolosimo «y gente así», no lo desacredita para tratar temas históricos —es bien sabido que estos autores gozaron de una enorme popularidad entre el público en general y mucho éxito en la venta de sus libros— pero que acto seguido sostenga que esoteristas como René Guénon plantean cosas más «serias» que aquéllos sí que es preocupante.
Las críticas a los postulados de autores como Dániken Kolosimo, Sitchin y otros se vienen planteando desde hace décadas precisamente con los mismos argumentos que expone el Sr. González: sus libros se presentan con el mismo formato que los ensayos académicos, con cuadros, grandes fotografías, diagramas, notas, apéndices, bibliografías e, incluso, llegan a afirmar que utilizan argumentos racionales basados en pruebas. Se escriben, publicitan, y venden como libros que tratan acerca de nuestro pasado real.
Esto sucede porque es más fácil hablar de extraterrestres, ovnis, fantasmas y demás, que dedicar tiempo y esfuerzo a comprender todos los aspectos de una cultura ya desaparecida. De ahí que ninguno de esos libros profundice en las culturas que abordan ¾es el salto de la “a” a la “z” que refiere el autor, omitiendo todo el abecedario que está en medio. Son una mera recopilación de hechos aislados, sin un contexto adecuado, que están ahí para sostener un argumento preconstituido.
Dicho lo cual, se me antoja que el Sr. González viene a hacer exactamente lo mismo que aquéllos que critica en el libro que está promocionando: como él mismo reconoce «doy unos saltos un poco grandes, en contraste con el arqueólogo de carrera, ortodoxo».
En primer lugar, debemos tener en cuenta que los arqueólogos modernos hacen gala del espíritu inquisitivo de la ciencia: ya no excavan solo para acumular datos, sino para resolver problemas. No se esfuerzan en excavar en monumentos solo porque sean visibles o llamativos, sino que tratan de recuperar las pruebas que necesitan para comprender mejor las sociedades del pasado, en cualquier sitio donde puedan encontrarse.
Para ello, la arqueología cuenta con métodos y análisis científicos generalmente aceptados. En lo que hace referencia a las ciencias históricas, aunque sabemos que las sociedades humanas son sistemas muy complejos, y que las personas no actuamos de acuerdo a unas reglas de comportamiento rígidas, los científicos pueden hacer generalizaciones similares a leyes, que predicen con exactitud cómo reaccionan los grupos humanos a los cambios en su entorno y cómo evolucionan sus culturas a través del tiempo.
Lo que hemos aprendido de las sociedades del pasado nos enseña que la evolución de las grandes civilizaciones parece mostrar unos mismos patrones generales. Aunque se han desarrollado en diferentes ambientes físicos y culturales, podemos señalar unos hitos comunes a todas ellas: el nacimiento de la civilización fue precedido por el desarrollo de una economía agrícola y el surgimiento de sociedades estratificadas; existió un crecimiento de la población, así como un aumento de la densidad de la población en determinadas áreas (el surgimiento de ciudades). También encontramos en cada caso la construcción de monumentos, comercio a larga distancia, y desarrollo de métodos para llevar registros de propiedades, bienes, impuestos etc. Que haya similitudes arquitectónicas en algunos monumentos no debe por tanto sorprendernos.
Por este motivo es importante no dar esos «saltos» tan grandes cuando tratamos de comprender cómo vivieron nuestros antepasados, ya que es fácil que caigamos en la falsa arqueología. Mezclados en la panoplia de las arqueologías “alternativas” —esas que diferencian entre arqueólogos de carrera, ortodoxos, y los llamados arqueólogos populares— encontramos una serie de afirmaciones que son irracionales y contrarias a la ciencia, o, lo que es peor, nacionalistas, racistas y radicalmente falsas.
El método de investigación estándar en historia y arqueología se basa en la proposición de hipótesis con apoyo en los datos obtenidos gracias a las excavaciones arqueológicas etc. A continuación, éstas se comprueban con otros datos y se someten a escrutinio y a la reconsideración por otros colegas. La clave por tanto está en la capacidad para verificar esas hipótesis. En cierto sentido, la ciencia histórica se vuelve experimental cuando las predicciones basadas en las observaciones iniciales son verificadas, o rechazadas, por observaciones posteriores.
Ahora bien, los arqueólogos reconocen que en ocasiones sus hipótesis se apoyan en un conocimiento imperfecto e incompleto del pasado, y que deben estar preparados para cambiar sus puntos de vista si aparecen nuevos datos que así lo aconsejen. De ahí que al contrario de lo que afirman los defensores de la falsa arqueología, la adhesión a los procedimientos de la investigación racional no constituye un dogma o una doctrina inmutable. Son la guía básica para alcanzar resultados verificables. La capacidad para rechazar explicaciones previas una vez aparecen nuevos datos, así como la constante renovación que supone aplicar nuevos procedimientos metodológicos, es el sello del método científico y uno de los medios de distinguir la investigación racional de la religión, la fantasía o la superstición. Este último paso, la aceptación de explicaciones diferentes cuando hay nuevos datos, es algo que los falsos arqueólogos son incapaces de hacer.
Llega un momento en que hay que ser tajantes. El Sr. González mantiene el manido argumento de que dentro de la arqueología racional hay una frontera más o menos difusa donde podrían tener cabida argumentos como la existencia de la Atlántida, Lemuria, monumentos que no pudieron construirse por seres humanos etc. Para él, son argumentos que formarían parte del conocimiento racional pero alejados del centro, de la postura defendida por «arqueólogos ferozmente ortodoxos», de una visión arcaica y obsoleta de la historia. Esto es un error.
El conocimiento de las grandes culturas ya desaparecidas se construye mediante una cuidadosa recopilación y análisis de numerosos datos. Con ellos se formulan hipótesis que son puestas a prueba continuamente. Quien no sigue este método, quien deja de lado la importancia de reconstruir la imagen de nuestros antepasados de forma racional, no hace sino perpetuar la falsa arqueología y servir a intereses muy diferentes del deseo de aumentar nuestro conocimiento del pasado.