Como vimos al final de la primera parte de esta anotación, la maquinaria metabólica de los animales muestra una importante variación alométrica en relación a su tamaño: aunque la tasa metabólica aumenta de manera uniforme con la masa del organismo, este incremento no es proporcional.
Los animales más grandes (con una mayor masa) necesitan más energía para sobrevivir que los más pequeños. Uno podría pensar que un elefante, que es unas 1000 veces más pesado que un ratón, necesitaría unas 1000 veces más energía que éste (lo que implicaría un aumento isométrico). Sin embargo, esto no es lo que sucede: cuanto mayor es el animal, aunque precise más energía, consume proporcionalmente menos que un animal de tamaño pequeño. ¿Cuál es la explicación de este fenómeno?
Los fisiólogos fueron los primeros en darse cuenta de las dificultades que entrañaba explicar el comportamiento del metabolismo en relación con el tamaño corporal. Alrededor de 1830, dos franceses, Jean-François Rameaux (fisiólogo) y Pierre Frédérique Sarrus (matemático), estudiando la temperatura de los animales de sangre caliente, llegaron a la conclusión de que la pérdida de calor debería ser proporcional a la superficie del animal (ya analizamos esto al hablar de la evaporación a través de la piel); y que tanto la ganancia como la pérdida de calor debían de ser iguales ya que el organismo mantiene una temperatura constante.
Siguiendo esta argumentación, el calor generado por el metabolismo y el perdido por evaporación deberían variar por igual con el área de la superficie (que es el cuadrado de las dimensiones lineales del animal). Sin embargo, los datos obtenidos en el laboratorio eran paradójicos ya que, si bien el calor perdido variaba con el área superficial, el generado por el metabolismo lo hacía en función del volumen corporal (el cubo de las dimensiones lineales del animal).