Afán por saber cumple cinco años

arece mentira pero ya ha pasado un año más, y con él, este blog llega a los cinco años de existencia (y aunque uno lo pasó inactivo tras el nacimiento de mis dos niñas —el peso de la parternidad— espero que la llegada del tercer vástago no suponga una merma importante…). Lo primero que debo hacer es darles las gracias a todos ustedes, queridos lectores, ya que son el principal motivo de que pase tanto tiempo cuidando esta bitácora. El segundo motivo, y no menos importante, es que disfruto muchísimo aprendiendo cosas nuevas. Como ya saben, lo único que me mueve a escribir es tratar de contarles historias interesantes y acercarles la ciencia (sus descubrimientos, sus protagonistas etc.) con el objetivo de que ganen interés y aprendan más de un mundo apasionante. Espero estar cumpliendo este cometido.

Pero bueno, es hora de que vayamos al meollo. Lo normal es que quien cumpla años reciba algún tipo de obsequio, pero sepan que el hecho de que visiten este blog y lo enriquezcan con sus comentarios y aportaciones es premio más que suficiente para mí. En cambio, y como ya hicimos en la celebración del tercer aniversario, les propongo un entretenimiento y premiaré su esfuerzo y dedicación con una recompensa más que interesante: deberán, si deciden aceptar el reto, responder las cuestiones que les dejo más abajo; si lo hacen, y aciertan todas ellas, participarán en el sorteo de una suscripción anual a la revista Investigación y ciencia (edición española de Scientific American, la revista de divulgación científica con la trayectoria más larga y sólida de España) y dos camisetas de este blog (algo de mercadotecnia no podía faltar).

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Angkor, la ciudad perdida

Ambicioso Oriente se despoja

de las cosas que guarda en sí más bellas;

Ceilán cuantas su esfera exhala roja

engasta en el mejor metal centellas;

de sus veneros registró Camboya

las que a pesar del sol ostentó estrellas:

el esplendor, la vanidad, la gala,

en el templo, en el coso y en la sala.

Luis de Góngora. Extracto del Panegírico al duque de Lerma.

Estos versos, surgidos en 1617 de la mano de uno de los mayores exponentes del Siglo de Oro de las letras españolas reflejan el conocimiento que se tenía en Europa del sudeste asiático y, concretamente, de una ciudad perdida en la selva. Muy pocos sabrán a qué lugar me refiero, pero quizás esta imagen ayude a despejar la incógnita:

Lara Croft: Tomb Raider. Paramount Pictures.

Efectivamente, vamos a hablar del reino de los jemeres, constructores de los monumentos de Angkor, testimonio de una cultura desaparecida en el siglo XV que controló durante siglos amplias extensiones de Extremo Oriente.

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El mapa de Vinlandia (II)

Análisis, contranálisis y otras controversias

Antes de exponer el trabajo desarrollado por el laboratorio de McCrone, es conveniente que nos detengamos un momento en los resultados de los análisis realizados por los especialistas del Museo Británico en 1967.

Arthur David Baynes-Cope, químico que trabajaba para la institución londinense, los hizo públicos en 1974 en una reunión monográfica en la que varios especialistas internacionales, junto con los autores de la monografía, expusieron sus puntos de vista. Baynes-Cope mencionó que, en lo tocante a la apariencia visual del mapa, el dibujo estaba muy descolorido y el pergamino tenía un aspecto “difuminado”, síntomas que apuntaban a un tratamiento químico para eliminar, posiblemente, rastros de una escritura anterior. Por otro lado, los famosos agujeros causados por los gusanos, que fueron uno de los aspectos determinantes que Skelton, Marston y Painter utilizaron para confirmar la autenticidad del conjunto documental, se habían cubierto burdamente colocando parches en la parte posterior del pergamino. Este tipo de intervención no era una práctica normal de restauración y, en cualquier caso, se comprobó que no se había actuado de la misma forma en los agujeros que presentaba tanto la Relación tártara como el Speculum historiale que, en cambio, permanecían a la vista.

Pero el tema se volvía más interesante cuando se examinaba el mapa bajo 10 aumentos (una técnica de lo más sencilla y accesible). El experto del Museo británico comprobó que tenía una estructura peculiar diferente tanto de la que presentaban los dos manuscritos que acompañaban al mapa, como de la utilizada en otros manuscritos del mismo periodo. La tinta del mapa no era de tipo ferrogálica (según se comprobó tras analizar las fotografías de infrarrojos) y, desde luego, no tenía la apariencia característica de una tinta ferrogálica desvanecida —oxidada— por el paso del tiempo. La confirmación vino tras colocar el mapa y los otros manuscritos bajo luz ultravioleta: los compuestos de hierro apagan la fluorescencia inducida por la luz ultravioleta y por esta razón, la tinta ferrogálica, de color marrón amarillento a la luz del día, aparece negra sobre un fondo fluorescente azulado. Las tintas utilizadas tanto en la Relación tártara como en el Speculum historiale mostraron este fenómeno, mientras que la tinta utilizada en el mapa no.

Los especialistas concluyeron que la hoja de pergamino era de la misma fecha que el papel de la Relación tártara. Igual de contundentes fueron al constatar que el pergamino había recibido un tratamiento químico de una naturaleza bastante agresiva, y que ninguna otra hoja del manuscrito había recibido el mismo trato. La puntilla vino al concluir que la tinta era diferente a cualquier otra tinta con la que se hubieran encontrado los investigadores en otros documentos medievales auténticos.

Todas estas cuestiones ensombrecían la autenticidad del mapa, con independencia de cualquier interpretación cartográfica o lo que pudieran apuntar las referencias bibliográficas. Era evidente que sólo un análisis químico en profundidad podía despejar cualquier atisbo de duda, ¿o no?. Los propietarios de la Universidad de Yale llegaron a esa conclusión y así tuvo lugar la intervención del laboratorio de Walter McCrone.

En el laboratorio de este reputado químico norteamericano se empleó microscopía por luz polarizada y difracción de rayos X para realizar un análisis detallado del mapa, tomando muestras de tinta en 29 lugares distintos. Los resultados revelaron que la línea de tinta, tanto la empleada al trazar el contorno del mapa como las leyendas, estaba compuesta de una línea base de color marrón amarillento relativamente gruesa cubierta escasamente con brillantes escamas negras. Esta imagen incitaba a pensar que hubo una segunda aplicación de tinta ya que la formación de escamas en más del 90 por ciento del recubrimiento negro y la consiguiente exposición de la línea de color marrón amarillento hacían que el conjunto diera la impresión de una tinta descolorida —oxidada—.

Los pigmentos de la tinta fueron identificados (gracias a la difracción de rayos X) como dióxido de titanio en forma de anatasa (TiO2) con carbonato de calcio en menor cantidad. Los cristales de anatasa tenían un tamaño uniformemente pequeño de 0,15 micras de media. McCrone indicó que aunque se podía encontrar anatasa en forma natural (algo bastante raro de por sí) casi siempre estaba asociada con hierro y manganeso. En cualquier caso, los restos hallados podían distinguirse de la anatasa natural por su forma redondeada y su uniformidad de tamaño. La anatasa del mapa de Vinlandia era un producto refinado, casi químicamente puro.

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El mapa de Vinlandia (I)

Creo que todos conocemos la historia que voy a resumir: dos horas después de la medianoche del 12 de octubre de 1492, Rodrigo de Triana gritó desde La Pinta «¡Tierra a la vista!», poniendo fin de esta manera a una larga travesía por el Océano Atlántico. La expedición española, capitaneada por Cristóbal Colón, había llegado a la isla de Guanahaní, perteneciente al archipiélago de Las Bahamas. A la mañana siguiente Colón desembarcaba acompañado de Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón, capitanes de La Pinta y La Niña respectivamente, y tomaba posesión de la tierra descubierta en nombre de la Corona de Castilla. Colón, desde ese momento, pasaría a la historia como el descubridor de América.

La trascendencia de ese momento llega hasta nuestros días ya que el 12 de octubre se ha escogido como efeméride para la celebración de la Fiesta Nacional de España (Día de la Hispanidad, de Cristóbal Colón y otros tantos apelativos en diferentes países hispanohablantes), como símbolo del momento en que se inició el contacto entre Europa y América y que culminó con el llamado «encuentro de dos mundos». Sin embargo, hay quienes no están de acuerdo con esta versión de los hechos.

Más de cuatro siglos después de ese desembarco histórico, concretamente el 11 de octubre de 1965, se organizó una fiesta en la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut. Asistieron como invitados especiales un numeroso grupo de diplomáticos, universitarios y periodistas escandinavos a quienes se hizo partícipes en primicia del que fue considerado el descubrimiento cartográfico más fascinante del siglo: un mapa sobre pergamino de color beige de 27,8 centímetros de alto por 40 centímetros de largo —bautizado como el mapa de Vinlandia— que se afirmó era el único ejemplo de cartografía escandinava medieval que existía. Según los expertos que analizaron el documento, el mapa era auténtico y constataba que los vikingos —encabezados por Leif Eriksson— habían descubierto, explorado y colonizado una tierra fértil al oeste de Groenlandia en el siglo XI. Y además habían dejado constancia escrita de su hazaña. Por tanto, sostenían que ese mapa era la prueba palpable de que éstos se habían adelantado a Cristóbal Colón en más de tres siglos.

El mapa de Vinlandia se dio a conocer al público en general cuando la editorial universitaria de Yale lazó la obra The Vinland map and the Tartar relation ((Skelton, R. A.; Marston, T. E. y  Painter, G. D. (1965), The Vinland map and the Tartar relation. New Haven: Yale University Press, xii, 291 p.)) de forma simultánea a ambos lados del Atlántico (en nueva York y Londres); una monografía que pronto se convirtió en un best seller internacional.

Los periódicos de medio mundo se hicieron eco de la noticia y las reacciones ante este hallazgo no se hicieron esperar. Aunque de interés intrínseco para comprender mejor la historia de los tártaros (por el texto que lo acompañaba), el mapa no hubiera causado tanta sensación si no fuera por la descripción de una tierra situada en el noroeste del Océano Atlántico y al oeste de Groenlandia llamada Vinlandia. Igual de llamativo era que Groenlandia apareciera como una isla, cuando este hecho no se verificó hasta 1912 cuando se circunnavegó por primera vez.

En cualquier caso, para quienes recibieron la noticia no pasó desapercibida la fecha escogida para dar publicidad al hallazgo: la víspera de la conmemoración del descubrimiento “oficial” de América por Cristóbal Colón. En este sentido, y con un tono que desborda ironía, Torcuato Luca de Tena analizó lo sucedido en un artículo publicado en ABC dos días después. Además de poner en duda la autenticidad del mapa, criticó duramente que por parte de las autoridades académicas de la universidad americana se hubiera escogido precisamente ese día, considerando que se trató de una cuestión política más que científica:

La gesta escandinava producirá una huella interesante en el campo de las artes. Va a ser preciso arrinconar los cuadros de las carabelas colombinas de Rodrigo de Triana, empinado sobre la cofa, y de Colón, con el mandoble desenvainado, mientras se remoja los pies al desembarcar en el hemisferio de Ericsson. Las puertas de bronce del Capitolio de Washington recogen la escena de Colón cuando estaba en el lecho de muerte. Habrá que enterrar pronto a este enfermo, para poner a Ericsson en la misma cama. […] Gracias a ese reajuste muy pronto se podrá hablar de las grandes universidades de Vinlandia, de las famosas aguas de Vinlandia a base de colas, y del Presidente Johnson de los Estados Unidos de Vinlandia.

Cuando supe que Scientia, anfitrión de la décimo primera edición del carnaval de humanidades, había elegido como tema central el arte y la química, me vino a la mente de inmediato la historia de este mapa, que quizás muchos ya conozcan, pero que aún guarda interesantes incógnitas que vamos a analizar en esta serie de anotaciones. Para mí resulta un tema apasionante porque combina algunas de las cuestiones que más me atraen: historia, navegación, arqueología, manuscritos antiguos y un enfrentamiento científico que ha durado varias décadas (y que aún sigue vivo como vamos a comprobar) a cuenta de los numerosos análisis químicos realizados sobre el mapa.

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Málaga prehistórica: el dolmen de Menga

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Lo primero que tenemos que señalar del monumento megalítico de Menga (popularmente llamado dolmen de Menga) es que su construcción tuvo como fin albergar enterramientos humanos; constituye por tanto un auténtico sepulcro donde se llevaron a cabo inhumaciones colectivas. Sus dimensiones vienen a ser semejantes a las de otras construcciones de este tipo que podemos encontrar en gran parte de la geografía española: tiene una longitud de 27,50 metros, la altura aumenta progresivamente desde la entrada (con 2,70 metros) hasta la cabecera donde alcanza los 3,50 metros, y presenta una anchura máxima de 6 metros.

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El megalitismo (de mega, grande; y lithos, piedra) se inició en la parte occidental de Europa en pleno Neolítico. La construcción de monumentos con grandes bloques de piedra constituye un hecho común que comparten diversas culturas en un periodo temporal que abarca desde el quinto hasta el segundo milenio antes del presente (en algunos lugares perduró hasta el primer mileno a.C.).

Determinar las fechas de su construcción es una tarea difícil. Debemos tener presente que las construcciones megalíticas nunca se finalizan ya que es frecuente que a lo largo de su historia se produzcan modificaciones o reestructuraciones (entre los primeros trabajos y el abandono definitivo del lugar pueden pasar miles de años). En cualquier caso, los arqueólogos vienen manejando para el megalitismo en Andalucía el periodo comprendido entre el 4.500 y el 2.500/2.200 a.C.

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