En la anterior entrada, habíamos dejado nuestro repaso de la caída del Imperio romano con las reformas fiscales de Diocleciano, que habían motivado la huida de numerosos ciudadanos para evitar el pago de impuestos.
Tras la muerte de Diocleciano asumió el poder Flavio Valerio Constantino, hijo bastardo de Constancio Cloro, el César nombrado por Maximiano. Galerio, el otro Augusto, veía cada vez con mayor aprensión el poder que acumulaba Maximiano por lo que decidió que Constantino debía residir como oficial militar en su cuartel general, pensando de esta forma tenerlo cerca y controlarlo. Sin embargo Constantino, quizás consciente del peligro que entrañaba acatar ese deseo, decide desobedecer y opta por reunirse con su padre en Bretaña, llegando justo a tiempo para su fallecimiento. Las tropas de la isla aclaman a Constantino como Augusto aunque él prefiere adoptar el título de César.