La caída o decadencia del Imperio romano (II)







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En la anterior entrada, habíamos dejado nuestro repaso de la caída del Imperio romano con las reformas fiscales de Diocleciano, que habían motivado la huida de numerosos ciudadanos para evitar el pago de impuestos.

Genserico saquea Roma en el 455 La caída o decadencia del Imperio romano (II)

Genserico saquea Roma en el 455 vía Wikimedia Commons

Tras la muerte de Diocleciano asumió el poder Flavio Valerio Constantino, hijo bastardo de Constancio Cloro, el César nombrado por Maximiano.  Galerio, el otro Augusto, veía cada vez con mayor aprensión el poder que acumulaba Maximiano por lo que decidió que Constantino debía residir como oficial militar en su cuartel general, pensando de esta forma tenerlo cerca y controlarlo.  Sin embargo Constantino, quizás consciente del peligro que entrañaba acatar ese deseo, decide desobedecer y opta por reunirse con su padre en Bretaña, llegando justo a tiempo para su fallecimiento.  Las tropas de la isla aclaman a Constantino como Augusto aunque él prefiere adoptar el título de César.

Nos encontramos de nuevo con la pretensión de diferentes aspirantes de ocupar los cargos del Estado.  Tras algunas escaramuzas, el 27 de octubre de 312 d.C. se produce el enfrentamiento de los ejércitos de Constantino y Majencio a unos 20 kilómetros de Roma.  Se ha querido ver en este choque un combate en nombre de la religión: el cristianismo defendido por Constantino, y el paganismo por Majencio.  Constantino salió victorioso aunque aún tuvo que vérselas con Licinio y Maximino Deza (nombrados Augusto y César por Galerio respectivamente).  Con el primero de ellos llegó a un acuerdo para el reparto del Imperio (mediante el famoso Edicto de Milán del año 313 d.C. que también proclamaba el respeto a todas las religiones y devolvía los bienes confiscados a los cristianos), mientras que Maximino facilitó las cosas muriendo prematuramente.  Tras la ruptura del acuerdo con Licino, Constantino dirigió su ejército contra él obteniendo una nueva victoria.  Así, consiguió reunir todo el poder en sus manos.

A pesar de lograr unificar el poder no mejoró la situación política ya que Constantino I decidió dar continuidad a las ideas descentralizadoras adoptadas por Diocleciano: acuerda la fundación de una Nueva Roma ―difuminando aún más el poder de Roma como capital imperial― en la antigua ciudad de Bizancio que será conocida como Constantinopla cuando, finalmente, traslada allí su residencia en el año 330 d.C.  Del mismo modo, en el año 332 d.C. firma un pacto entre el Imperio y los bárbaros, regulando su migración y establecimiento en sus territorios, empleándolos en los ejércitos para la defensa de las fronteras.

Constantino I fue el único de los sucesores de Augusto que permaneció en el trono más de 30 años pero estropeó su gran obra de reconstrucción al redactar su testamento: decidió dividir el Imperio entre sus hijos, Constantino, Constancio y Constante, y sus dos nietos sobrinos, Delmacio y Anibalino.  Resulta sorprendente que, tras todo lo vivido hasta ese momento, no fuera consciente de lo que sucedió nada más fallecer: en las luchas que tuvieron lugar casi de inmediato murieron Constantino y Constante, quedando como único soberano Constancio.  Éste nombró como sucesor a su primo Flavio Claudio Juliano ―posteriormente apodado el Apóstata porque trató de reavivar la religión pagana y de impedir la expansión del cristianismo― quien, tras la muerte de aquél fue nombrado emperador (cargo que ocupó durante menos de dos años)

Así, tras la muerte de Juliano en una batalla contra los persas y un breve sucesor, las tropas nombraron emperador en el año 364 d.C. a uno de sus generales, Valentiniano, quien asoció en el poder a partes iguales a su hermano Valente.  Éste gobernó Constantinopla y las provincias orientales, mientras que Valentiniano retuvo las provincias occidentales con Milán como capital.  Sin embargo, esta situación duró poco ya que Valentiniano falleció en el año 375 d.C. y fue sucedido por hijo Graciano.

Los Hunos La caída o decadencia del Imperio romano (II)

Los Hunos vía Wikimedia Commons

Entran en escena los hunos

Por estos años llegaban de Rusia aludes de bárbaros mucho más terribles que los demás: los hunos.  Procedían de Asia central de donde fueron expulsados por los emperadores chinos en el siglo I de nuestra era.  Desde entonces vagaban por las estepas comenzando su periplo hacia occidente donde, en el curso del siglo IV, expulsaron a los germanos asentados entre el mar Negro y el Báltico.

Este empuje imparable provocó que los germanos abandonaran las tierras en las que habían vivido durante largo tiempo: los vándalos, los alanos y los suevos se desplazaron a la Galia a partir del año 406 y penetraron en la península ibérica.  Por su parte, los anglos y sajones ocuparon Britania, mientras que  los francos se hicieron dueños del norte de Francia y los visigodos fundaron un reino con Tolosa como capital.

Debemos destacar que los vándalos, los alanos y los suevos no se detuvieron en Hispania ya que, con el rey Genserico a la cabeza, atravesaron el estrecho de Gibraltar y fundaron en el norte de África el primer reino germánico independiente (con capital en Cartago), pasando a controlar las provincias cerealísticas del Imperio.

Valente, el encargado de las provincias orientales del Imperio había aceptado el establecimiento en tierras imperiales de los visigodos, aunque se arrepintió en seguida cuando comprobó que se dedicaban al saqueo.  Pese a que tenía preparado un ejército para enfrentarse a los persas, tuvo que dejar a un lado el proyecto para acudir en defensa de  Adrianópolis, donde habían llegado los visigodos.  Valente atacó solo y sufrió una completa derrota.  Él mismo, herido, fue quemado vivo en la cabaña donde sus asistentes le habían resguardado.

Graciano, que había subido al trono al fallecimiento de su padre Valentiniano, se encontró solo en el poder por lo que decidió asociarse con el general Teodosio a quien le confirió el Imperio de oriente.  Estamos en el año 378 d.C.

Estos importantes movimientos migratorios no supusieron únicamente un desplazamiento de grandes masas de personas, sino que provocaron la aparición y difusión de una nueva estrategia bélica y una nueva organización política.  La caballería se convierte en el arma predominante y en los pueblos germanos de los reinos mediterráneos, el antiguo orden es reemplazado por una autocracia de origen militar que concentra en manos del monarca la totalidad del poder político.

Teodosio I el Grande

Teodosio firmó un pacto con la nación goda por el que ésta se convertía en una nación autónoma bajo la autoridad nominal del emperador.  Se le permitió ocupar las tierras abandonadas al sur del Danubio (Tracia) y además, a cambio de un subsidio, proporcionarían reclutas al ejército romano.  Los visigodos estaban exentos del pago de impuestos y conservaban sus leyes, por lo que no fueron considerados ciudadanos romanos.  Desde el punto de vista administrativo, son completamente autónomos aunque dependen del apoyo económico del imperio y, a cambio, se convierten así en una primera línea de resistencia frente a las invasiones de los hunos, cada vez más peligrosas.

En el año 383, otro usurpador, Magno Máximo (general de las tropas de Britania) ataca al emperador de Occidente Graciano a quien vence y mata en Lyon.  Al morir Graciano, la sucesión legítima le correspondía a Valentiniano II, cuñado de Teodosio, pero dado que Magno Máximo dirigió sus ejércitos contra Constantinopla, Teodosio se vio obligado a hacerle frente derrotándolo.

A pesar de que durante un tiempo pareció que la situación política comenzaba a estabilizarse, en el año 392 el joven Valentiniano II muere misteriosamente.  En la actualidad se desconoce si se suicidó o bien fue asesinado por su propio tutor, el jefe militar de origen bárbaro Arbogasto.  Una vez muerto el emperador, Arbogasto decide enfrentarse a Teodosio aunque sale perdedor.  De esta forma, en el año 394 Teodosio I logra reunir en su mano el poder sobre las dos partes del Imperio.

Esta unidad fue una mera ilusión.  La división que se venía fraguando desde hacía tiempo se hizo más evidente a la muerte de Teodosio (acaecida en Milán en el año 395 d.C., apenas un año después de unificar el poder).  El último emperador que gobernó las dos partes del Imperio y que, curiosamente nunca llegó a pisar Roma, dejó como herederos a sus hijos: Arcadio, de 18 años gobernaría en Oriente, mientras que Honorio, de apenas 11 años, lo haría en Occidente: de esta forma se consuma una nueva división, con la diferencia de que ésta será permanente y definitiva.

Dos Imperios

La frontera entre ambos Imperios discurría al este de Italia y atravesaba Iliria (la antigua Yugoslavia sufrió esta división entre sus provincias que desembocó en la cruenta Guerra de los Balcanes).  La capital del Imperio de Oriente permanece en Constantinopla, mientras que Roma, ya en decadencia, cede su lugar como capital del Imperio de Occidente primero a Milán en el siglo IV, y luego a Rávena a partir del año 404.

El de Occidente, que correspondió a Honorio, era un Imperio que ya Teodosio había considerado como satélite del de Oriente.  A su lado, debido a su menoría de edad, situaron al general Estilicón, un bárbaro de raza germánica.  Lo mismo sucede con Arcadio, ya que quien gobierna como regente es el general Flavio Rufino, un encarnizado adversario de los germanos.  De nuevo tenemos a la vista motivos de enfrentamiento.

A la muerte de Teodosio I, el Imperio sufre derrotas en todos los frentes y los romanos se ven obligados a abandonar fronteras que habían mantenido durante siglos.  De esta forma, entre los años 406 y 407 las legiones romanas se retiran del Rin, situación que aprovechan los suevos y francos para atravesar el río y ocupar primero la Galia y, desde allí, introducirse en Hispania.  Las últimas unidades romanas dejan Britania y la isla cae en manos de anglos, sajones y jutos.

El prólogo de esa invasión de los pueblos bárbaros se había registrado entre los años 401 y 403 cuando Estilicón se vio obligado a utilizar todos los medios militares a su disposición para detener a los visigodos de Alarico quien se dedicaba a saquear el Véneto y la fértil llanura del Po hasta que fue vencido por Estilicón en Pollenza, haciendo prisioneros a la mujer e hijos del rey godo.

A cambio de los rehenes y el pago de importantes sumas, los godos se comprometieron a abandonar la península itálica.  Tras una serie de incumplimientos de pago por parte de los romanos, así como la muerte de Estilicón, Alarico volvió a entrar en la península Itálica y, tras perseguir sin éxito al emperador —que se había refugiado en Rávena— se puso en camino hacia Roma donde comenzó un largo asedio tras exigir el pago de elevadas sumas en oro y plata, así como la liberación de todos los esclavos bárbaros.  La ciudad se rindió sin combatir y el Senado, que ya solo existía simbólicamente, aceptó la petición de Alarico de que destituyera a Honorio.

De esta forma, en el Imperio de Occidente se veía con impotencia cómo sus territorios eran paulatinamente conquistados por los pueblos germánicos mientras que la parte oriental, gracias a la posición casi inaccesible de Constantinopla, sobrevivía sin demasiados contratiempos (de hecho, mantuvo su independencia hasta la Edad Moderna).

Señalemos una situación de esencial interés para comprender los profundos cambios sociales que se vivían en esta época turbulenta.  Dado que el ejército romano no podía defender a las pequeñas comunidades de aldea y de provincia, enfrascado como estaba en continuas guerras, la población confía cada vez más, para su defensa, en los señores que pueden disponer de milicias propias.  Recibieron el nombre de potentes y fueron adquiriendo una mayor independencia de la autoridad central al tiempo que ésta se iba debilitando.  La legislación impuesta desde Diocleciano en adelante favoreció esta situación ya que, como vimos, “petrificó” la sociedad, ligando irrevocablemente al campesino a la tierra y a su señor, así como al artesano a su oficio.  De esta forma, cada señor comenzó a ocupar el puesto del Estado creándose una miríada de feudos, cada uno con su propio señor al frente, armados hasta los dientes.  La Edad Media se acerca irremisiblemente.


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Los últimos estertores

Orestes recibió en el año 475 la dignidad de patricio por parte del emperador Julio Nepote —el más alto honor que se podía conceder a un noble— así como el nombramiento de general de las tropas imperiales destinadas a contener los ataques de los visigodos y los burgundios en el sur de la Galia.  Sin embargo, en lugar de cumplir las órdenes, Orestes se rebeló y marchó contra el emperador que huyó de Rávena.  Dos meses más tarde, el 31 de octubre, el hijo de Orestes, Rómulo Augusto, era proclamado emperador de occidente aunque, como era de esperar, Orestes se constituyó en el “hombre fuerte” asumiendo el mando del ejerció y ejerciendo el poder en nombre de su hijo durante los escasos diez meses que duró su mandato.

Por su parte, Odoacro, rey de los hérulos, se había puesto al frente de una revuelta de soldados del ejército imperial en Italia y, tras ocupar Ticino (Pavía) dio muerte a Orestes y a su hermano Paulo en la misma Rávena.

De esta forma, el fin “oficial” del Imperio de Occidente se produjo en 476 cuando fue depuesto el último emperador de Occidente, Rómulo Augusto, por parte de Odoacro, que es aclamado nuevo emperador por el ejército.  De esta forma, quien fuera hijo de uno de los más influyentes consejeros de Atila, establece la primera dominación germánica sobre la península italiana.

Odoacro fue muy hábil al ser capaz de sintetizar las tradiciones romanas y bárbaras en su mandato: en su calidad de caudillo bárbaro se cuidó de ganarse la lealtad del ejército, mientras que la administración del Imperio siguió en manos de los romanos y se mantuvieron las antiguas instituciones.  Como muestra de lealtad, se apresuró a jurar fidelidad a Zenón, emperador de Oriente, y decidió permanecer en Roma como representante imperial.  Al principio, el emperador Zenón aceptó la figura de Odoacro como regente, pero muy pronto decidió acabar con él gracias a la ayuda de las tropas bárbaras de Teodorico.  Tras ser derrotado por los ostrogodos, Odoacro tuvo que aceptar, en el año 463, compartir el gobierno del Imperio de Occidente con el propio Teodorico.

Conclusiones

Como hemos visto, pretender que el fin del Imperio romano tuvo como desencadenante una única causa es desconocer la compleja realidad.  Hemos comprobado que durante un largo periodo de tiempo hubo distintas circunstancias que, en conjunto, desembocaron en el final de una época y, al propio tiempo, en el surgimiento de otra nueva.  Sin embargo, podemos decir que la irrupción progresiva de los bárbaros es la clave que explica el desmoronamiento final del Imperio romano de occidente y lo que sucedió a continuación: el nacimiento de la Europa medieval por medio de los reinos que formaron a partir de la evolución social de los pueblos bárbaros que se habían establecido en el antiguo territorio imperial.

Estas invasiones coinciden con el largo y complejo proceso de descomposición del Imperio romano.  Ese proceso comenzó con los emperadores militares, entre los años 235 y 305, cuando se estableció la práctica de que eran las unidades militares acantonadas en las provincias quienes designaban a los emperadores.  Un nuevo paso hacia la decadencia fue la división del Imperio en cuatro partes, la llamada tetrarquía, y el traslado de la residencia del emperador a Constantinopla.  Desde ese momento, la importancia política de Occidente no hizo más que disminuir, al mismo tiempo que el peso de las decisiones se circunscribía cada vez más a Oriente.

En cambio, otros estudiosos discuten la trascendencia de las invasiones.  Sostienen que Roma estaba habituada desde hacía siglos a combatir y vencer a los extranjeros que llegaban a sus fronteras:  “Los visigodos, los vándalos y los hunos que se asomaban a los Alpes no eran más feroces y expertos guerreros que los cimbros, los teutones y los galos que César y Mario habían afrontado y destruido”.

Así, afirman que Roma había nacido con una misión, la cumplió y con ella acabó.  Esa misión fue la de reunir las civilizaciones que la habían precedido, la griega, la oriental, la egipcia, la cartaginesa, fusionándolas y difundiéndolas en toda Europa y la cuenca del Mediterráneo.  No inventó gran cosa en Filosofía, ni en Artes, ni en Ciencias.  Pero señaló los caminos a su circulación, creó ejércitos para defenderlas, un formidable complejo de leyes para garantizar su desarrollo dentro de un orden, y una lengua para hacerlas universales.  No inventó siquiera formas políticas, pero Roma hizo modelos de ellas, y en cada una brilló su genio práctico y organizador.


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