EL MURO DE BERLÍN (I)

Hace pocos meses se celebró el vigésimo aniversario de la caída del “Muro de Berlín”, esa barrera que dividió durante casi treinta años, tanto la ciudad alemana como la vida de sus ciudadanos y la del mundo, en dos bloques enfrentados.

Quien haya estado interesado, ha podido ver numerosos documentales, especiales informativos y leer numerosas noticias exponiendo los hechos que llevaron al final de la era soviética.  Sin embargo, me parece importante precisamente en estos tiempos que vivimos, recordar cómo se levantó el muro y bajo que condicionantes.

Domingo, 13 de agosto de 1961 en Berlín occidental.  Hora, la 1:11 de la madrugada de una noche de verano.  Una noche aparentemente normal, o eso pensaban los ya acostumbrados ciudadanos berlineses. En ese momento se da publicidad a un comunicado del Pacto de Varsovia:

Los gobiernos de las naciones del Pacto de Varsovia se han dirigido a la Asamblea Popular y al gobierno de la RDA, así como a todos los trabajadores de la República Democrática Alemana proponiéndoles que establezcan un nuevo orden en la frontera occidental de Berlín, con objeto de atajar eficazmente las maquinaciones urdidas contra los países del campo socialista, e implantar una vigilancia segura y un control efectivo en torno a toda la zona del Berlín occidental, incluyendo sus fronteras con el Berlín democrático.

A las tres de la madrugada, las instituciones del sector occidental comienzan a recibir los informes que detallan lo que está sucediendo: a lo largo de los sectores fronterizos se está levantando el adoquinado de las calles y tendiendo alambradas, barreras que están siendo vigiladas por miembros de la policía y militares de la RDA.

El Consejo de Ministros confirma que los ciudadanos de la República democrática alemana no podrán atravesar las fronteras de Alemania a no ser que dispongan de una autorización especial.  En Berlín, únicamente trece de las ochenta y ocho calles y vías que han mantenido unidas hasta ese momento las dos partes de la ciudad continúan todavía abiertas al tránsito fronterizo.

La situación que se vivía en Berlín y en el resto de la Alemania dividida en ese año de 1961, tuvo su origen antes incluso de que finalizase la 2ª Guerra Mundial.  Los planes políticos para el final de la guerra se estaban trazando entre los aliados (americanos, ingleses y soviéticos) desde 1942 cuando se decidió la invasión del continente europeo en el futuro desembarco de Normandía.  A estos efectos se creó una Comisión de Asuntos Europeos que estudió las diferentes posibilidades de actuación en Alemania y Austria cuando el conflicto finalizase.  De esta firma se tomó la decisión de dividir el territorio alemán entre los tres aliados (Francia no había sido incluida aún en el acuerdo), permaneciendo Berlín como una ciudad libre centro de las instituciones, y administrada de forma conjunta por las tres potencias vencedoras.

Tras el desembarco aliado en Francia, el ejército de Stalin tuvo su tan ansiado respiro con la creación del frente occidental, que supuso la retirada de parte de las tropas alemanas que se le enfrentaban en el este, enviadas a reforzar el oeste.  Mientras la invasión prosperaba, el ejército rojo tomó ventaja y se internó en Alemania antes que los aliados occidentales.  Finalmente, en una decisión que puede ser catalogada como de tragedia, se permitió que el ejército soviético por sí solo se encargara de la conquista de Berlín, logrando de esta forma lo que Eisenhower quería evitar a toda costa: la muerte de alrededor de 100.000 solados americanos (coste de la batalla por Berlín según los cálculos realizados por el Estado Mayor).  De hecho, Eisenhower consideraba la toma de la ciudad un objetivo secundario en el esfuerzo bélico aliado.

El mariscal británico Sir Bernard Law Montgomery hizo más tarde este comentario acerca de la cuestión: “los americanos no pudieron comprender que el triunfo estratégico de una guerra reporta pocos beneficios si uno pierde políticamente… La guerra es un instrumento político; tan pronto como se haga perceptible que la estamos ganando, las consideraciones políticas deben determinar su curso posterior.” (siguiendo la doctrina expuesta por Carl von Klausevitz en su magna obra “De la guerra”).

Como hemos apuntado, la llamada Comisión asesora europea había presentado un proyecto de ocupación de Alemania el 12 de septiembre de 1944 en Londres, donde se determinaba que Berlín sería el centro administrativo de las tres zonas de ocupación.  Las tres potencias podrían estacionar allí tropas y personal diplomático, y con tal fin, se dividiría la ciudad en tres sectores.  A nadie pareció importunarle que Berlín estuviera dentro de la zona soviética, a 160 kilómetros de los límites fronterizos de las zonas occidentales, y que no se había previsto ninguna vía de acceso especial para las potencias angloamericanas.  No se había seguido el consejo de dividir el territorio como una “tarta” de forma que todos los sectores tuvieran acceso directo desde sus zonas de ocupación a Berlín.

Tras la caída del régimen nazi, el general Eisenhower, primer gobernador militar americano en Alemania, encargó al general Lucius D. Clay para que recabara de Georgi Zhúkov (comandante supremo soviético en Alemania) el derecho de tránsito sin limitaciones desde, hacia y dentro de Berlín.  Clay, apoyado por el general británico Sir Ronald Weeks, exigió a Zhúkov que garantizara las vías de comunicación, pero el mariscal soviético no quiso comprometerse afirmando que el ejército necesitaba los enlaces para sus propios transportes de tropa.  En definitiva, las potencias occidentales deberían considerar el acceso a Berlín como un privilegio concedido por la Unión Soviética, pero no como un derecho adquirido.  Por el momento, los aliados podrían utilizar la autopista de Hannover a Berlín, pasando por Helmstedt, una línea férrea y dos corredores aéreos.  En Berlín, estarían a su disposición el aeropuerto de Tempelhof (en el sector americano) y el de Gatow (en el sector británico).  El 14 de junio de 1945, el presidente Truman envió un mensaje a Stalin rogándole que confirmara el derecho de libre acceso a Berlín.  Winston Churchill hizo lo propio, pero Stalin se limitó a mantener silencio.  Ante esta actitud, Washington y Londres sobreentendieron que se les concedía el libre acceso a Berlín.

Churchill, el político y estadista más importante del siglo XX, ofreció un discurso en mayo de 1945 tras la rendición incondicional alemana donde afirmó:

Todavía hemos de asegurarnos en el continente europeo de que los fines sencillos y honrados por los que entramos en la guerra no sean echados a un lado o descartados en los meses que sigan a nuestros éxitos, y que las palabras “libertad”, “democracia” y “liberación” no pierdan su verdadero significado, tal y como nosotros lo hemos comprendido.  Sería inútil castigar a los hitlerianos por sus crímenes si no reina la ley, la justicia, y si un Gobierno totalitario o policíaco ha de ocupar el puesto de los invasores alemanes […].

Qué palabras más proféticas de un hombre que se acercaba al final de su mandato político.

Como se venía fraguando, tras diversos desencuentros, el 20 de marzo de 1948 se materializó la ruptura entre los antiguos aliados.  El mariscal Sokolovski se levantó de la mesa del Consejo aliado junto con toda la delegación rusa.  Salvo una breve visita en agosto de ese año, los soviéticos sólo acudieron una vez más a este organismo: en 1954 junto con el ministro de asuntos exteriores Molótov para asistir a la conferencia cuatripartita sobre Alemania.

A partir de este momento se fueron precipitando los acontecimientos.  El 30 de marzo de 1948 los soviéticos anunciaron que harían retroceder todos los transportes militares si las potencias occidentales seguían negándoles la inspección de los pasajeros y sus equipajes.  Los trenes de mercancías necesitarían una autorización rusa para abandonar Berlín.  El general Clay recomendó una reacción firme a Washington: “No podemos tolerar que los representantes de otras potencias inspeccionen nuestros convoyes militares, ello atentaría contra el derecho de acceso libre y sin impedimentos a Berlín, que fue la condición previa para evacuar nuestras fuerzas de Turingia y Sajonia”.

Los rusos siguieron acentuando un bloqueo preliminar contra las potencias occidentales.  Detuvieron todos los trenes de viajeros que abandonaban Berlín.  El 12 de junio de 1948 por parte soviética se cortó el tránsito de la autopista hacia Berlín, alegando reparaciones urgentes en un puente.

Complicando aún más si cabe las ya tensas relaciones, el 23 de junio Sokolovski designó oficialmente el marco alemán como único instrumento de cambio en Berlín, y un día después los gobernadores militares occidentales introdujeron el marco occidental en sus sectores como instrumento legal de cambio.  Entretanto, la Unión Soviética había encontrado un subterfugio para expulsar a los americanos de la ciudad.  El 24 de junio, a las 6 de la madrugada, los rusos paralizaron todo el tránsito ferroviario entre Berlín y las regiones occidentales por “dificultades técnicas”.  Se impidió la circulación en las autopistas así como la navegación fluvial hacia Berlín.  Las centrales eléctricas bajo supervisión soviética cortaron la electricidad al Berlín occidental.   Del mismo modo, se amenazó a los berlineses occidentales con el corte definitivo del agua.  Se produjo el bloque efectivo de la ciudad.

Ante esta situación, el Estado Mayor americano no pudo sugerir una recomendación unánime, los británicos se mostraron escépticos, mientras que los franceses optaron por la necesidad de retirarse de Berlín.  La decisión final recayó por entero en el general Clay.  Este no se achantó ante el bloqueo y el estado de las fuerzas militares americanas y, siendo consciente de lo dramático de la situación para la población, ordenó telefónicamente al jefe de las fuerzas aéreas estadounidenses en Alemania, teniente general Curtis LeMay (con base en Wiesbaden) que dispusiera todos los aparatos de transporte para el despegue y, al día siguiente, enviara provisiones hacia Berlín a través de los tres corredores aéreos autorizados sobre la zona soviética.  El 25 de junio de 1948 el primer C-47 cargado de víveres tomó tierra en el aeropuerto de Tempelhof, lo que supuso el comienzo del puente aéreo para sostener a una población de más de 2 millones y medio de personas.

En lugar de actuar militarmente enviando tropas por vía terrestre hacia Berlín, se había tomado una decisión: las potencias occidentales desistieron de su derecho de acceso a Berlín por vía terrestre y fluvial, hacia los tres pasillos aéreos para transportar de forma continua víveres y materias primas a las zonas occidentales de la ciudad.

Hacia el mes de agosto de 1948, los soviéticos comprendieron que los aliados occidentales se proponían conservar Berlín por encima de todo.  Entonces, Moscú resolvió desmontar la administración conjunta de la ciudad y desmembrar definitivamente la antigua capital del Reich incomunicando el Berlín oriental.  El 30 de noviembre de 1948 se constituyó en el sector soviético una administración municipal manipulada por el SED (partido socialista unificado alemán) con Friedrich Ebert como alcalde.  Cinco días después, los berlineses occidentales eligieron su propio cuerpo parlamentario, convirtiéndose Ernst Reuter en el alcalde gobernador.  Berlín quedó por tanto dividida, si bien aún no de forma física, en un protectorado ruso y un enclave occidental.

Tras once meses de puente aéreo, el 12 de mayo de 1949 se levantó oficialmente el bloqueo de Berlín mediante un acuerdo firmado en la sede de Naciones Unidas entre el representante de EE.UU., Philip Jessup, y el delgeado soviético Jacob Malik.  Robert Murphy, embajador y consejero político del presidente norteamericano analizó lo sucedido:

 

 

 

 

(La imagen muestra el monumento levantado en el aeropuerto de Tempelhof, donde figuran inscritos los nombres de los 39 pilotos británicos, y 31 americanos, que murieron durante la operación, y que simboliza los tres corredores aéreos)

 

Cuando se levantó el bloqueo al cabo de un año, o poco menos, la prensa y la opinión pública americanas lo celebraron como una resonante victoria de las potencias occidentales… Muy pocos observadores parecieron comprender que nuestro designio de sustentarnos exclusivamente con el puente aéreo equivalía al repudio de los derechos adquiridos en Berlín, una renuncia cuyas consecuencias nos han causado considerables trastornos desde entonces.  El punto débil y crítico en el nuevo acuerdo sobre Berlín (tras el levantamiento del bloqueo) fue que el gobierno americano olvidó hacer confirmar allí sus legítimas prerrogativas para llegar hasta Berlín por carretera y vía fluvial.