Reseña – ¿Qué significa todo eso? Reflexiones de un científico ciudadano


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quesignifica 197x300 Reseña   ¿Qué significa todo eso?  Reflexiones de un científico ciudadanoSINOPSIS

En este libro extraordinario se publican por primera vez las famosas conferencias que pronunció Richard Feynman en la Universidad de Washington, en las que habló de certeza e incertidumbre en la ciencia, del conflicto entre ciencia y religión, de las causas de la desconfianza general hacia los políticos, y de las creencias irracionales que han invadido esta era «acientífica», desde la fascinación por los ovnis hasta la fe en las curaciones milagrosas, pasando por la astrología y la telepatía, sin olvidar los constantes insultos a la inteligencia humana que se hacen cotidianamente a través de la publicidad.

RESEÑA

¿Qué se puede decir de Richard Feynman? Ha sido uno de los mejores físicos del siglo XX. Pese a fallecer prematuramente a la edad de 70 años tras no lograr superar un cáncer, poseyó una larga trayectoria que le llevó a participar en el Proyecto Manhattan para el desarrollo de la bomba atómica, a conocer a Albert Einstein ―rechazando trabajar en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton donde aquél se encontraba― hasta recalar como profesor en el Instituto de Tecnología de California. Su trabajo en electrodinámica cuántica le valió el Premio Nobel de Física en 1965, galardón que compartió con Julian Schwinger y Sin-Ichiro Tomonaga. Les recomiendo, si tienen la ocasión, que vean el documental presentado por la cadena británica BBC Two acerca de su vida el pasado 14 de mayo.

Incansable divulgador y conferenciante, escribió numerosos libros que se han traducido a varios idiomas y convertido en rotundos éxitos de ventas. Un ejemplo de ello es el libro que les traigo a continuación, a pesar de que la traducción sea farragosa en ocasiones ―nada que ver con la pericia de Joandomènec Ros, entre otros―. Se trata la recopilación de las tres conferencias que pronunció en la Universidad de Washington como parte de las John Danz Lecture Series. En ellas trató temas que, si bien planteados hace exactamente 50 años, siguen de actualidad.

El primero de ellos es la incertidumbre de la ciencia. Expone que la característica más obvia de la ciencia es su aplicación práctica, el poder para hacer cosas. Sin embargo, el poder que se obtiene no incluye las instrucciones sobre cómo utilizarlo: en cierto modo es una llave para las puertas del cielo, y la misma llave abre las puertas del infierno, y no tenemos ninguna instrucción que nos diga qué puerta es la buena.

Todo conocimiento científico es incierto. En este aspecto, podríamos decir que sus planteamientos se acercan bastante a los de Thomas S. Kuhn y sus revoluciones científicas. Para resolver cualquier problema que no haya sido resuelto antes tenemos que dejar la puerta entreabierta a lo desconocido. Si no fuéramos capaces o no deseáramos mirar en una nueva dirección, si no tuviéramos una duda o no reconociéramos la ignorancia, no tendríamos ideas nuevas. Así que lo que llamamos hoy conocimiento científico es un corpus de enunciados con grados de certeza variables. Algunos de ellos son muy inseguros; algunos de ellos son casi seguros; pero ninguno es absolutamente cierto.

Acto seguido se enfrenta al “eterno” conflicto entre ciencia y religión. Propone que analicemos la siguiente experiencia: la gran aventura que significa contemplar el universo, más allá del hombre, contemplar cómo sería sin el hombre. Cuando se ha alcanzado finalmente esta visión objetiva, cuando se ha apreciado por completo el misterio y la majestad de la materia y entonces se dirige de nuevo la mirada objetiva hacia el hombre visto como materia y se percibe la vida como parte de este misterio universal de la mayor profundidad, se experimenta una sensación muy rara y excitante. Normalmente termina en una sonrisa irónica ante la futilidad de tratar de comprender qué es este átomo en el universo, esta cosa ―átomos curiosos― que se mira a sí misma y se pregunta por qué pregunta. Bien, estas ideas científicas terminan en sobrecogimiento y misterio, perdidas en el límite de la incertidumbre, pero parecen ser tan profundas y tan impresionantes que la teoría de que todo está dispuesto como un escenario para que Dios observe la lucha del hombre por el bien y el mal parece insuficiente.

Para él, la civilización occidental ―planteará acto seguido una dura crítica a los sistemas políticos y la situación en la Unión Soviética― se mantiene gracias a dos herencias: el espíritu científico de aventura hacia lo desconocido, la humildad del intelecto y, por otro lado, la ética cristiana, la acción basada en el amor, la fraternidad de todos los hombres, el valor del individuo, la humildad del espíritu. De esta manera, la ciencia debe dedicarse a responder las preguntas acerca de cómo es el mundo que nos rodea, y la religión a proveer un código moral. Estos dos pilares pueden permanecer juntos con pleno vigor sin enfrentarse.

En último término, hace un repaso de las pseudociencias que tanta fama habían alcanzado en su época ―y aún hoy en día― como la telepatía, los ovnis, las curaciones milagrosas y los curanderos etc. Las personas que dan crédito a estas actividades no realizan las preguntas adecuadas y se dejan embaucar. He echado de menos una búsqueda de alguna causa psicológica subyacente a este fenómeno, aunque no se puede reprochar a Feynman que trate estos asuntos de puntillas.

Concluye con una valoración de la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII:

No puedo encontrar mejor expresión de mis creencias sobre moralidad, de los deberes y las responsabilidades de la humanidad, de unas personas hacia otras personas, que la que hay en esta encíclica. No estoy de acuerdo con parte de la maquinaria que apoya alguna de las ideas, que éstas broten de Dios, quizá, personalmente no lo creo, o que algunas de estas ideas sean consecuencia natural de las ideas de Papas anteriores, de una manera natural y perfectamente razonable. No estoy de acuerdo, pero no voy a ridiculizar ni a discutir esto. Estoy de acuerdo con las responsabilidades y los deberes que el Papa representa como las responsabilidades y deberes de la gente. Y reconozco esta encíclica como el comienzo, posiblemente, de un nuevo futuro donde quizá nos olvidemos de las teorías de por qué creemos las cosas cuando, en definitiva, y por lo que respecta a la acción, creemos lo mismo.


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