Optogenética: arrojando luz sobre la neurociencia

Esta entrada participa en la II edición del Carnaval de Neurociencias

a segunda edición del carnaval de neurociencias nos plantea a los participantes hablar acerca del descubrimiento más importante en la historia de la neurociencia. Estarán de acuerdo conmigo en que elegir el “descubrimiento” más importante de cualquier disciplina científica es un reto abrumador, mayor aún si tenemos en cuenta el campo de la ciencia que estamos tratando. En cualquier caso, aún a riesgo de dejar de lado acontecimientos muy relevantes, he optado por centrar la presente aportación en una técnica relativamente reciente que ha experimentado un avance acelerado y se ha convertido en parte fundamental del trabajo diario en cientos de laboratorios de todo el mundo. Voy a hablar de la optogenética.

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El cazador que enseñaba geología

Tal y como recoge el diccionario de la Real Academia Española, una glaciación—edad de hielo o periodo glacial— es cada una de las grandes invasiones de hielo que en épocas remotas acontecieron en zonas muy extensas de distintos continentes. Se trata en definitiva de periodos prolongados de clima frio que provocaron la expansión los glaciares más allá de los límites que conocemos actualmente.

Durante estos periodos, las enormes masas de hielo —a veces de un espesor superior a los 3.000 metros— cubrían grandes extensiones de tierra, causando efectos muy característicos en el paisaje: debido al enorme peso, se formaban profundos valles en forma de U, aparecían largas hileras de cantos rodados en los bordes debido a los fragmentos de rocas que caían desde las laderas de las montañas, levantaban las playas, alteraban los cursos fluviales etc.

Aunque hoy se trate de un fenómeno bastante conocido, durante los siglos XVIII y XIX los naturalistas se enzarzaron en intensos debates para buscar explicaciones a las numerosas anomalías que poblaban el paisaje europeo: huesos de reno ártico en el cálido sur de Francia, depósitos sedimentarios que no encajaban con las explicaciones geológicas más habituales, rocas inmensas plantadas en sitios inverosímiles etc.

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La manzana de Newton

omo corresponde al inicio de un nuevo año son muchos los propósitos que nos marcamos y rara vez cumplimos. Sin embargo, me he propuesto darle un nuevo aire a esta bitácora y voy a esforzarme por conseguirlo. Por eso me he decidido a probar las anotaciones en vídeo. He aprendido bastante de grabación y edición digitales, pero está claro que necesito más tiempo para ir perfeccionando la técnica (y también mi propio comportamiento ante la cámara…), por lo que espero que sean indulgentes en sus valoraciones y comentarios. Seguro que la próxima vez lo haré mejor…


Pueden leer online el texto completo de las Memoirs of Sir Isaac Newton’s life.


El objeto de metal más antiguo de Oriente Próximo

Arqueólogos e investigadores de la Universidad de Haifa, de la Universidad Hebrea de Jerusalén y del Instituto Arqueológico Alemán de Berlín han publicado el hallazgo del objeto de metal más antiguo recuperado en Oriente Medio: se trata de un punzón de cobre datado hacia finales del sexto milenio o principios del quinto milenio antes de Cristo (todas las fechas que se citan en esta anotación están calibradas, por lo que se emplea la abreviatura CalBC) descubierto en la tumba de una mujer en Tel Tsaf.

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La deuda de la genética con Thomas D. Brock

Quien más quien menos ha experimentado alguna vez un momento “eureka”, ese instante de lucidez que, a modo de fogonazo, nos revela la solución a un problema cuando ya nos habíamos dado por vencidos. Para algunos científicos, desconectar y dejar vagar los pensamientos libremente puede considerarse poco productivo y perjudicial, sin embargo, la realidad es que Arquímedes —si tomamos como verídica su historia— no fue el único que se aprovechó de estos momentos de relajación.

El primer protagonista de nuestra historia experimentó uno de estos destellos de lucidez un viernes por la noche en abril de 1983. Kary Mullis, biólogo molecular que trabajaba para Cetus Corporation, tenía una cabaña en el valle de Anderson (en el condado californiano de Mendocino) donde había decidido pasar el fin de semana con una amiga. Todo sucedió mientras se aferraba al volante de su coche que serpenteaba a la luz de la luna por una carretera de montaña que atraviesa un bosque de secuoyas (la famosa ruta 101). La noche estaba saturada de humedad y del aroma de la floración de los castaños.

En ese momento de relajación, propio de la conducción nocturna por carreteras desiertas, fue cuando le llegó la inspiración (aunque algunos afirman, con indudable mala intención, que el LSD también jugó su papel). Mullis llevaba tiempo buscando la forma de evitar el tedioso trabajo de laboratorio necesario para hacer múltiples copias de una secuencia particular de ADN por lo que, intuyendo que había dado con algo importante, paró el coche, cogió papel y lápiz y comenzó a hacer cálculos (la parada repentina molestó tanto a su acompañante que, refunfuñado, se pasó al asiento trasero del coche sin prestar atención al momento de revelación de su compañero). Por fin había dado con un proceso que permitía fabricar un número ilimitado de copias de cualquier gen: la reacción en cadena de la polimerasa (más conocido como PCR, por las siglas en inglés de polymerase chain reaction).

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