ALFREDO ALCOBA RODRÍGUEZ DEL CASTILLO: EL HÉROE DE LA POLICÍA LOCAL DE MELILLA







Voy a trascribir por primera vez un artículo publicado por una amiga en el diario Melilla Hoy del pasado día 8 de mayo de 2012.  Ofrece una breve reseña biográfica de Alfredo Alcoba Rodríguez del Castillo, quien fuera Inspector jefe de la Guardia Urbana Municipal de Melilla:

ALFREDO ALCOBA RODRÍGUEZ DEL CASTILLO: EL HÉROE DE LA POLICÍA LOCAL DE MELILLA

Por Rocío Lanzas Ramírez

          Hoy se cumplen 75 años de su muerte.  Una mañana como hoy, de primavera, Alfredo Alcoba despertó por última vez a la vida, una corta vida, marcada por los acontecimientos de una etapa convulsa de nuestra historia más reciente.  Lo que a continuación se relata es por el sencillo motivo de no haber encontrado más que una única reseña biográfica, un único rastro de la vida de Alfredo Alcoba en la ciudad.  Ésta apareció publicada en El Telegrama de Melilla hace 13 años.  Fue el escritor Enrique Delgado Jiménez quién mostró su fotografía acompañada por un sencillo pie que definía su muerte, datos que por casualidad encontré en El Alminar de Melilla.  Alentada por ese hallazgo casual y por el deseo de recuperar su memoria, inicié una búsqueda incansable que me lleva a publicarla hoy.

para los que se fueron, eternamente vivos en nuestra memoria.

          Alfredo Alcoba había nacido en Ocaña (Toledo), en una fría madrugada del día 8 de Enero de 1896.  Era el segundo de siete hermanos.  Sus padres Adolfo Alcoba Blanco y Dolores Rodríguez del Castillo Morataya, nacidos también en Ocaña, se casaron muy jóvenes y se establecieron en el domicilio familiar de los abuelos maternos situado en la calle del Teatro de ésta localidad, hoy llamada calle Lope de Vega, porque alberga en ella un teatro con este nombre.

          Alfredo fue bautizado en la histórica Iglesia de San Juan Bautista de Ocaña, sin duda el monumento religioso más valioso de esta Villa, porque su origen se remonta a una sinagoga judía sobre la que se edificó una iglesia Cristiana dedicada al Bautista.

          En ese conjunto histórico, el 16 de enero de 1896, a los seis días de su nacimiento, fue bautizado por Don Evaristo Sánchez, párroco de Ocaña, actuando como padrinos del mismo, Adolfo Alcoba, padre del recién nacido y Concepción Gómez, una amiga de la familia.  Las madres no asistían casi nunca al bautizo de sus hijos, pues como he señalado, éste tuvo lugar a los pocos días del nacimiento y generalmente permanecían en casa.

          Su infancia transcurrió feliz, rodeado de muchos hermanos, y de sus abuelos maternos y paternos, todos ellos residentes en Ocaña.  A medida que la familia aumentaba sus padres se plantearon trasladar el domicilio familiar a la Plaza Mayor situada a escasos metros de la vivienda compartida, y en ella se establecieron, continuando su padre con el negocio de carpintería heredado de su suegro.

          Alfredo estuvo muy unido durante toda su vida a su hermano Francisco, tres años menor que él.  Era su compañero de juegos y aventuras.  De carácter rebelde y obstinado, nada le hacia presagiar aquellos años lo que el destino le tendría preparado, como cambiaría su vida, como el azar pudo modificar su suerte.  Mientras tanto en España, de forma paralela, se van desgranando una serie de acontecimientos históricos.  En 1912 se establece el Protectorado Español en Marruecos, desencadenando la Guerra del Rif, originada por la sublevación de las tribus rifeñas contra la ocupación colonial Española y Francesa.  España realiza un esfuerzo militar y económico reclutando jóvenes soldados Españoles en su mayoría reclutas forzosos.  Alfredo Alcoba no tenía intención de marcharse de Ocaña y mucho menos convertirse en un recluta de la guerra de África.

Alfredo en el Rif

          Con la ley de bases del Servicio Militar de 1911, la figura del “soldado de cuota” seguía existiendo en España, pero no eximía del Servicio militar.  Como mucho podía reducir el tiempo y le permitía elegir destino, si pagaban previamente una cuota entre 1.500 y 5.000 pesetas.  Él no pudo elegir ni una cosa ni la otra.  Al cumplir los 19 años fue afiliado en el ayuntamiento y quedó declarado “apto para el Servicio”.  La incorporación, después de un “sorteo de reclutas” tendría lugar al año siguiente, con la certeza de ser destinado la mayoría de las veces fuera de la región, o lo que se temía, ir a servir a Ceuta, Melilla o Marruecos.  Su pronóstico no tardó en llegar y el telegrama tampoco: 1917, Monte Arruit.

          Permaneció un año de recluta en caja, como se le conocía al primer periodo, entonces, del Servicio Militar.  Su quinta marchó con destino África a principios de 1918.  Aquello supuso un punto y aparte en su vida, con solo 21 años, y con la tristeza de abandonar a su familia, su pueblo, y a su hermano Francisco emprendió camino de África, una aventura que culminaría veinte años más tarde en Melilla.  (Tan solo volvió una vez a Ocaña en su vida, y fue con motivo de la boda de su querido hermano en 1925, en la que actuó como padrino).

          Alfredo Alcoba llegó a Monte Arruit a comienzos de 1918.  Situada a unos treinta kilómetros al sur de Melilla era una zona aislada y desfavorecida.  Toda la zona del Rif constituía un hervidero de problemas para España, en ella se sucedían continuas revueltas que provocaron desastres militares y humanos, de ahí la necesidad de conseguir reclutas Españoles, sin embargo la gran mayoría eran soldados sin experiencia ni motivación de luchar en África.

          Mientras tanto el Marruecos conquistado se convertía en un destino de prosperidad, auge económico y una aventura colonialista para muchos Españoles, que decidieron emprender una nueva vida en esta zona norteafricana.  La casualidad una vez más se cruzó en la vida de Alcoba y allí conoció durante el Servicio militar a Isabel Cacha González, una joven, cuatro años menor que él, y que se había establecido en Monte Arruit junto a su familia, procedentes de Gérgal (Almería).  La pareja contrajo matrimonio canónico en Monte Arruit el día 9 de Abril de 1921, aunque los acontecimientos precipitaron a la familia a cambiar su destino.  Ese mismo verano de 1921, la joven embarazada decidió junto a sus padres trasladarse a Melilla, debido a la situación acontecida tras el desastre de Annual.

          El matrimonio tuvo cinco hijos: Adolfo, Antonio, Alfredo (nacidos en Melilla), Encarnación (Nador), y el pequeño Enrique (nacido en Tistutin).  A comienzo de 1926 la familia se instaló en Nador en la calle del General Jordana nº 68.  Alfredo trabajaba en Tistutín , poblado cercano a Monte Arruit y Nador.  La zona estaba cubierta por unidades del Regimiento de África.  Allí se formó un campamento militar con almacenes de distribución regulado por soldados y trabajadores civiles. Alcoba fue capataz de intendencia de dicho campamento dependiente de la Junta de Servicios Municipales de Nador, donde disfrutaba de una situación laboral y económica bastante desahogada, como él mismo manifestó en una carta enviada a sus familiares de Ocaña con fecha 19 de noviembre de 1930.  A partir de 1932 la familia se trasladó a Melilla instalándose definitivamente en la ciudad ante la necesidad de escolarizar a sus hijos.  Alfredo comenzó a entablar amistad con sectores de la izquierda de Melilla, su estrecha relación con Aurelio Solís, joven médico y Concejal de Izquierda Republicana se fue consolidando y el 30 de mayo de 1934, reunida la Asamblea del ya constituido Partido de Izquierda Republicana para elegir su primera ejecutiva, Alcoba fue nombrado vocal, cargo que mantuvo en las posteriores ejecutivas del Partido.  Su andadura política le llevó al nombramiento de Inspector jefe de la Guardia Urbana Municipal, el día 18 de mayo de 1936, de manos del entonces alcalde de la ciudad Antonio Díez, elegido tras la victoria del frente popular en las elecciones de febrero de 1936.

“…temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada.”

          Aquella tarde del 17 de julio de 1936, viernes, Alfredo Alcoba se encontraba en su despacho de El cuartelillo de la Guardia Urbana municipal, situado en un anexo del antiguo mercado central de la calle Margallo.

          Por la mañana, en Melilla, los coroneles que estaban al tanto del alzamiento militar se reunieron en el edificio de la Comisión de Límites (carretera de la Alcazaba) para trazar los planes de ocupación de los edificios públicos, civiles y militares. Uno de los dirigentes locales de la Falange informó al dirigente local de Izquierda Republicana, por lo que Alcoba no abandonó su puesto de trabajo manteniéndose en alerta.  Al anochecer, Melilla se encontraba ya dominada y el ejército, levantado en armas, se apoderó de la ciudad y de todos los resortes del mando.  Alfredo Alcoba fue detenido en su despacho por negarse a secundar el alzamiento y conducido a la referida Comisión de Límites (el informe de su detención aparece detalladamente descrito en el libro Las heridas de la historia, del escritor melillense Vicente Moga Romero).  Permaneció encarcelado cuarenta y ocho horas después y desde allí fue trasladado al campo de concentración de Zeluán, a 23 kilómetros de Melilla, ubicado en la región de Nador y localizado en el interior de las murallas de la Alcazaba.  Su cautiverio duró 294 días.  El 8 de mayo de 1937 fue ejecutado en el Fuerte de Rostrogordo tras ser sometido, con las “formalidades” propias del proceso, a Consejo de Guerra en el Cuartel de Santiago (zona de Cabreriza).

          Posteriormente, con la Ley de 9 de febrero de 1939, de Responsabilidades Políticas, dictada para liquidar las “culpas” contraídas por delito de rebelión, su familia sufrió las consecuencias, no solo al padecer la represión política, sino que le fueron incautados todos sus bienes.

          Aquella ejecución, para algunos realizada en el “acalorado clima” de una guerra civil, no sirvió más que para condenarle al olvido en el que lleva tantos años.  Nunca se hizo justicia por su fusilamiento, ni por la represión ejercida a su familia durante la dictadura.  Hoy ha llegado el momento de hacerle un hueco en la Historia grande de Melilla, ese que nunca tuvo y que se mereció, por ese motivo y uniéndome a la propuesta de los melillenses solicito para Alfredo Alcoba:

La medalla de oro a título póstumo.

Su nombre para el nuevo acuartelamiento de la Policía local de la ciudad.

Agradezco a todas las personas que han colaborado a rescatarle del olvido, y que de forma anónima y testimonial contribuyeron a darle luz a mi búsqueda:

-Archivo municipal de Ocaña (Toledo).

-Juzgado Municipal de Ocaña.

-Archivo general de la Administración (Alcalá de Henares).

-Archivo Municipal de Melilla. Hospital del Rey.

-Enrique Delgado Jiménez, escritor.

-Carlos Esquembri, miembro de la Asociación de Estudios melillenses.

-Vicente Moga Romero, escritor.

-José Nieto Egea, policía local jubilado de Melilla.

-Familia Alcoba

Adjunto enlace al artículo original:  Alfredo Alcoba Rodríguez del Castillo


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